Hace algunos años, mientras estaba buscando en internet datos
acerca de la historia de México, encontré información muy interesante y
completa acerca de la historia de California, Alta y Baja; aunque
desafortunadamente sin nombre de su autor ni título de la obra. Hoy,
rescatando una parte mínima de ese trabajo, les presento un artículo
acerca de Cueva Pintada, ubicada en el centro de la península. Espero
que sea de su agrado!
CUEVA PINTADA.
En una pared rocosa que se encuentra en el costado noreste
de la barranca del Arroyo San Pablo, regionalmente conocido como Santa
Teresa, y que hace años se llamaba Salsipuedes, a unos 35 m.
del fondo, se encuentra una oquedad de 150 m. de largo, una profundidad
máxima de 12, y un techo bajo en su mayor parte, aunque en algunos
lugares está a más de 10 m. sobre el piso; los lugareños, desde el siglo
diecinueve, bautizaron el lugar como Cueva Pintada. La antigüedad que
el INAH consignó para las pinturas en una placa que está frente a la
cueva es de 10,000 años, aunque no cita la técnica empleada en la
investigación, pero estudios científicos en el fragmento de una pieza
textil encontrada en las cercanías del lugar, arrojó una antigüedad de
3,000 años A.P.; además, personal del mismo proyecto encontró huesos
humanos en un lugar llamado Cueva de León, los cuales fueron pintados de
rojo y negro, lo que podría implicar un simbolismo místico religioso de
esos colores en aquel pueblo de pintores.
Descendiendo al arroyo de San Pablo.
Investigadores de la Universidad de Barcelona, por el método
del carbono radioactivo, encontraron para los pigmentos del león negro
de Cueva del Ratón, muy cerca de San Francisco de la Sierra, una
antigüedad de 4,845, más menos 60 años A.P., y por su parte, el doctor
Clement Meighan atribuye a las pinturas de la cercana región de Comondú
una antigüedad de 1,432 más menos 80 años.
Acceso a Cueva Pintada
La única referencia testimonial sobre la gran antigüedad de
las pinturas la dieron los cochimíes a los jesuitas; el padre José
Mariano Rothea, de la misión de San Ignacio, hizo un relato escrito que
incluyó Miguel del Barco en su manuscrito Historia Natural y Crónica de
la Antigua California, en el que narra la tradición cochimí sobre la
procedencia de los pintores: los indios de la misión afirmaban que un
pueblo de gigantes que venía del norte había llegado hasta la península;
algunos se establecieron en la costa del Mar del Sur y otros en la
sierra, e hicieron las pinturas rupestres; sin embargo, los miembros de
aquella nación se mataron entre ellos, además de que los propios
ancestros de los cohimíes contribuyeron a su aniquilamiento.
De lo alto se ven pequeños bosques de palmeras nativas.
Es inaceptable como verídica en su totalidad la tradición
cochimí, pero no es descabellado pensar que una rama ancestral de los
yumas, cuya elevada estatura sorprendió a los españoles, haya llegado a
las serranías californianas en donde realizaron su obra artística, y con
el paso de los siglos o milenios, después de su desaparición, algunas
de las antiguas etnias cochimíes hayan forjado la leyenda de los
gigantes, admirados por su gran estatura.
Ya en el
fondo del barranco, las palmeras que se apreciaban pequeñas desde lo
alto, alcanzan alturas de más de 15 m. Es probable que los artistas las
usaran para fabricar andamios que les permitieron pintar las partes
altas del mural.
Los misioneros jesuitas llegaron a conocer varias pinturas
rupestres que encontraron en su peregrinar por las rancherías y misiones
de visita, pero nunca vieron Cueva Pintada por lo remoto de su
ubicación y difícil acceso, ya que siempre viajaban por rutas sobre las
altas mesas que se forman entre las cañadas; y sí es difícil el camino.
Perspectiva de Cueva Pintada.
Cortadas casi verticalmente entre estas mesas de la sierra,
hay un laberinto de barrancas en cuyos profundos cauces corren a veces
pequeñas corrientes o se forman pozas de agua cristalina, aunque las
esporádicas tormentas las pueden convertir en torrentes impetuosos;
frecuentemente se encuentran bosques de palmeras que se elevan a más de
15 m. de altura, pero que se empequeñecen al contrastarse con las
paredes de los precipicios que, en algunos casos, llegan a medir más de
300 m. de la mesa al fondo del arroyo; y a los lados, los cardones, el
palo Adán, el torote, nopaleras, pitahayas, mezcales y ocotillos se
armonizan en un conjunto de singular belleza.
A
diferencia de las pinturas rupestres europeas, en las que predominan los
animales, en las de la sierra peninsular abundan las figuras humanas,
como se observa en esta fotografía de Cueva Pintada.
De la Carretera Transpeninsular, poco antes de llegar a San
Ignacio procediendo del norte, sale un ramal de terracería hacia el
este, que conduce al poblado de San Francisco de la Sierra. Descender
desde aquí hasta el arroyo de Santa Teresa es una aventura que puede
tornarse peligrosa en muchas partes de la estrecha vereda, que por lo
pedregoso y pronunciado de la pendiente permite sólo el paso de bestias
mulares o burros; bordeando descendentemente los precipicios se llega al
fondo de la barranca, casi a la altura del Rancho Santa Teresa, de aquí
se sigue el pedregoso cauce del arroyo un poco hacia el noroeste por
unos cuatro kilómetros , el viajero debe entonces apearse de las bestias
y ascender a pie por una vereda que conduce hasta el lado izquierdo de
la cueva, entonces el visitante empieza a contemplar las pinturas hechas
en el respaldo rocoso y en el techo de aquella alargada oquedad de
piedra; una gran cantidad de figuras antropomórficas y de animales, a
veces pintadas unas sobre otras, van apareciendo ante sus ojos todo lo
cual se aprecia con comodidad gracias a un andador construido
paralelamente al mural, con lo que, además, se impide el acceso físico
directo a las pinturas.
En el lado
derecho de la cueva están las pinturas más bien conservadas, algunas
mitad negro y mitad rojo, y otras de un solo color. Es notoria la
disciplina a la que se sujetaron los artistas siguiendo siempre las
normas establecidas, sobre todo en la proporción anatómica y postura de
las figuras.
Al igual que en los numerosos murales rupestres de la
región, los pigmentos que emplearon los artistas fueron el ocre rojo, el
negro y un poco el amarillo, y para los trazos blancos usaron cal, que
tal vez obtuvieron por la calcinación de piedras carbonatadas o conchas
marinas, que al hidratarse produjeron la cal apagada; las
investigaciones hechas demuestran que los pigmentos de color requirieron
de algún aglutinante orgánico para poderse emplear, pero no el blanco.
En el piso de la cueva se encuentran grupos de cinco o seis
excavaciones, de unos 10 cm., en donde los artistas pusieron sus
pigmentos pulverizados, y para pintar las partes altas es casi seguro
que construyeron andamios con los troncos de palmeras que abundan en el
cauce del arroyo, los cuales pudieron amarrar con cordeles de fibras
vegetales.
El
dinamismo de los animales contrasta con la rigidez de las figuras
humanas. El venado, con la cabeza levantada y la boca entreabierta,
parece jadear al tratar de escapar de los cazadores en un último
esfuerzo por salvar la vida.
Casi todas las figuras se delinearon exteriormente con
blanco o negro, y luego se rellenaron frecuentemente una mitad de rojo y
la otra de negro, aunque a veces aparecen de un solo color; en algunos
casos usaron estrías rojas o negras para llenar la figura, y en otros,
como si tuvieran prisa, simplemente hicieron el contorno sin pintar su
interior. El amarillo lo utilizaron un par de veces para dibujar una
enigmática cuadrícula de dos por cinco cuadros, cuyo significado no se
conoce.
El venado y
el borrego cimarrón son dos de los animales frecuentes en el gran
mural. Los hombres y los animales, su vida y su muerte, fueron imágenes
constantes en la mente de los primeros californios cuyos artistas
elaboraron normas específicas para plasmar tales vivencias en su
formidables pinturas.
Los artistas de Cueva Pintada y de casi todas las demás
pinturas rupestres del centro peninsular, salvo variantes poco
significativas en el estilo que se aprecian de región en región,
pertenecen a una misma escuela, cuyas normas se siguieron fielmente en
lugares muy distantes y por generaciones, lo que habla de un pueblo que
supo sujetarse a una disciplina rigurosa, y que fue capaz de una
organización social que hizo posible la total dedicación al arte de una
casta tal vez privilegiada.
Los
pintores conocieron las ballenas, que pudieron haber visto en el Golfo
de Cortés, a unos 40 km. de Cueva Pintada, o en la Laguna Ojo de Liebre,
a 100 Km. al oeste, en el Océano Pacífico.
Algunas de las características comunes en todas estas
pinturas son las siguientes: al igual que en las pinturas
antropomórficas del arte prehistórico europeo, las de la península no
muestran detalles faciales o del cuerpo, además son casi siempre mayores
que el tamaño natural, frecuentemente, como ya se ha dicho, una mitad
del cuerpo se pintó roja y la otra negra, aunque también las hay de un
solo color; todas muestran un ser humano de frente, con los pies
separados y sus puntas hacia fuera, los brazos extendidos horizontales
del hombro al codo y verticales del codo a la mano, formando un ángulo
casi recto, no tienen cuello y algunas muestran un adorno en la cabeza
consistente en dos o tres prolongaciones como si fueran plumas o
pequeños cuernos, o quizá era un arreglo del cabello; las mujeres se
diferencian por sus pechos que se proyectan hacia los lados desde un
poco abajo de las axilas.
A unos
cientos de metros al suroeste de Cueva Pintada, está la Cueva de las
Flechas, en donde la figura central es un hombre atravesado por siete
flechas. ¿Qué mensaje o qué drama representaron los pintores en esta
imagen?
El intemperismo, y un respaldo rocoso cuya superficie tiende
a la desintegración, han afectado más a las pinturas del lado
izquierdo, en tanto que las del centro y extremo derecho de la cueva
permanecen en muy buen estado. Muchas de las imágenes de la cueva se
sobrepintaron encima de otras más antiguas, lo cual también se observa
en Lascaux, Cabrerets y otros sitios en Europa, sin que el artista se
preocupara por borrar las anteriores.
Tres coyotes parecen trotar a lo largo de la roca.
Esto, para algunos investigadores, significa que al pintor
le era tanto o más importante la acción misma de pintar que el resultado
de su obra, cuyo valor estético se da por añadidura; sin embargo, quien
contempla estas obras y percibe su belleza, el casi jadeo de los
animales perseguidos y la impasibilidad de los humanos sin rostro,
difícilmente aceptará esa hipótesis, el pintar pudo haber sido un acto
ceremonial, pero también afectivo y de gran inspiración, además de que
se tuvo mucho cuidado en seguir rigurosamente las reglas establecidas.
Las pinturas antiguas se ven borrosas y las encimadas después más vivas
en el color, lo que contribuye a producir, frecuentemente, un efecto
fantasmagórico o de semitransparencia. A diferencia del arte
prehistórico animalista de Europa, en los murales de Baja California son
tanto o más numerosas las figuras humanoides; en la fotografía de la
página 11 que muestra una sucesión de 14 siluetas, se incluye una mujer
aparentemente embarazada, cuyo abultado vientre se pintó sobre una
saliente semiesférica del respaldo rocoso, lo que produce un efecto
estereoscópico en quien la contempla; unas borrosas estrías blancas
sobre su pecho podrían indicar un adorno o prenda de ropa, y entre estas
figuras destacan lo que parecen ser las imágenes de dos niños.
Arriba,
borregos cimarrones, venados y figuras humanas se mezclan en un conjunto
en el que contrasta el dinamismo de los animales y una especie de
hieratismo antropomórfico. Abajo, lo que pudiera representar la cría de
un venado, aparece con un símbolo abstracto superpuesto formado por
círculos concéntricos, y lo que tal vez son cuatro astros o manos. ¿Fue
pintado todo por el mismo artista? Es probable, tomando en cuenta que
cerca hay suficiente espacio de respaldo rocoso sin usarse.
La fauna abarca venados y sus crías, borregos cimarrones,
conejos, liebres, coyotes, aves, tortugas, y un monstruo marino con
cuerpo de ballena que en lugar de cola tiene las extremidades
posteriores de una foca.
En esta
imagen humana, el pintor no siguió las reglas que caracterizan a casi
todas las figuras de Cueva Pintada. A la izquierda se observa una
cuadrícula amarillenta que tiende a lo abstracto, cuyo significado es
desconocido.
A diferencia de las figuras de personas congeladas en una
postura rígida e inmóvil, la apariencia de movimiento se aprecia en
todos los animales, que en algunos casos parecen trepar a saltos por la
empinada pendiente que forma hacia afuera el techo de la cueva; casi
siempre con la cabeza levantada, el hocico entreabierto, de perfil, y
con las manos frecuentemente flexionadas, como en actitud de saltar,
produciendo una impresión dinámica y de fuerte realismo.
Figuras de
animales en Cueva Pintada que podrían ser conejos o liebres. Sus patas
se diferencian de las que se pintaron en los venados, como es el caso de
la imagen siguiente.
Quienes primero tuvieron conocimiento de Cueva Pintada
fueron los rancheros que inicialmente colonizaron esa región.
Buenaventura Arce, quizá descendiente de un soldado español destacado en
la península en tiempos de la colonia, solicitó del gobierno mexicano
la concesión de terrenos en varias localidades para dedicarse al trabajo
del campo; la respuesta fue favorable y se le concedieron títulos para
los ranchos de Santa María en 1835, y San Francisco, San Zacarías y
Santa Marta en 1840, otorgados por el jefe político Lic. Luis del
Castillo Negrete.
Esta figura
forma parte del conjunto rupestre cercano a Santa Gertrudis, en la que
se muestra la misma escuela de los pintores de la Sierra de San
Francisco. Los vándalos, el descuido y el viento se asocian para
apresurar su destrucción.
Estando Santa Marta y San Francisco muy cerca del Arroyo de
San Pablo y Cueva Pintada, Buenaventura pudo haber sido el primero en
visitar el lugar, aunque no existen datos que confirmen el hecho , pero
uno de sus nietos, Cesáreo Arce, fue quien, según la tradición familiar,
estuvo por primera vez ante el gran mural, y de allí en adelante, otros
rancheros de la sierra empezaron a visitarlo de vez en cuando; por su
parte, don Pedro Altamirano contaba hasta hace poco que su padre,
Francisco Altamirano, ya conocía las pinturas cuando él nació en 1890,
lo cual lo sitúa, junto con Cesáreo, como uno de los posibles
descubridores de Cueva Pintada.
León Diguet, químico industrial que en 1889 empezó a trabajar para la compañía minera francesa que explotaba los yacimientos de cobre en Santa Rosalía, llevó a cabo, entre 1891 y 1894, las primeras investigaciones científicas de las pinturas rupestres y petroglifos de la península en más de 15 lugares, aunque su relación, publicada en 1895, adolece de inexactitudes e incurre en repeticiones, quizá porque algunas cosas las escribió basado en reportes que le hicieron los lugareños. Al término de sus exploraciones, donó al Museo del Hombre y al Museo de Historia Natural de París una colección de objetos encontrados en diversas localidades de la sierra, y su trabajo fue ampliamente reconocido, aunque nunca estuvo en Cueva Pintada.
León Diguet, químico industrial que en 1889 empezó a trabajar para la compañía minera francesa que explotaba los yacimientos de cobre en Santa Rosalía, llevó a cabo, entre 1891 y 1894, las primeras investigaciones científicas de las pinturas rupestres y petroglifos de la península en más de 15 lugares, aunque su relación, publicada en 1895, adolece de inexactitudes e incurre en repeticiones, quizá porque algunas cosas las escribió basado en reportes que le hicieron los lugareños. Al término de sus exploraciones, donó al Museo del Hombre y al Museo de Historia Natural de París una colección de objetos encontrados en diversas localidades de la sierra, y su trabajo fue ampliamente reconocido, aunque nunca estuvo en Cueva Pintada.
Imagen en
Cueva Pintada de lo que parece ser una cría de venado bura, atravesado
por una flecha. No se encuentran más pinturas de animales flechados.
Casi 50 años después, don Fernando Arce Sandoval estableció
en el fondo del Arroyo de San Pablo el Rancho Santa Teresa, a unos 6 Km.
de San Nicolás, de donde era su esposa, por lo que la vereda a lo largo
del arroyo que unía las dos casas fue más transitada, y quienes la
usaban tuvieron que ver la cueva cada vez que pasaban por allí, la cual
fue conocida al poco tiempo por muchos habitantes de la sierra.
Pinturas
rupestres a 55 Km. al norte de Cueva Pintada, en la serranía cercana a
la misión de Santa Gertrudis. Lo que parece ser una fila de coyotes y
otras figuras, se encuentran muy deterioradas por el vandalismo y la
intemperie.
Ya en los años sesenta, el norteamericano Erle Stanley
Gardner, quien viajó a la sierra en helicóptero, abrió las puertas de La
Pintada para que la pudiera contemplarla el mundo, al publicarse sus
fotografías de las pinturas en la revista Life; pero quizá se
debe a Harry W. Crosby el estudio más completo de los murales rupestres
localizados en las serranías del centro peninsular; ya que visitó más de
200 cuevas con pinturas; además, en su libro: “The Cave paintings of Baja California”
ha hecho una vigorosa exhortación al Gobierno de México y a los
visitantes que acuden a las cuevas para que procuren la conservación e
integridad de las pinturas, para que se conserven los nombres originales
de los lugares en que se encuentran, y para que se traten con el
respeto que merecen los pobladores de la sierra, cuya gentileza y
hospitalidad son reconocidas.
En este
esquema de la fotografía que aparece en la página 11, de las ocho
figuras humanas cinco son del sexo femenino, lo que es indicio que las
mujeres no fueron miembros relegados a la indiferencia en la sociedad de
los pintores. Aquí se observan las características comunes en todas las
pinturas que se encuentran en las sierras a la mitad de la península:
fuerza y corpulencia, brazos levantados y los pies con las puntas hacia
fuera. El adorno de tres puntas en la cabeza parece reservado a algunos
hombres, mientras que en las mujeres, sólo excepcionalmente muestran un
adorno de una sola punta hacia un lado, el cual también suele aparecer
en algunos varones. En las pinturas rupestres de las sierras centrales
de Baja California, se observan aspectos comunes correspondientes a la
misma escuela, pero con algunas diferencias de región a región. En Cueva
Pintada, por ejemplo, los artistas no pintaron los órganos sexuales,
pero en las de Sierra de Guadalupe sí es frecuente esa distinción; por
otra parte, en las pinturas de las serranías del sur se nota una
frecuente tendencia a lo abstracto, lo que también sucede de Cataviña
hacia el norte.
Antes de finalizar este tema, es justo mencionar algunas de
las instituciones y personas que iniciaron todo un movimiento para el
rescate y estudio de las pinturas rupestres de la Sierra de San
Francisco. El Instituto Getty Para la Conservación, el INAH, el Gobierno
de Baja California Sur y la asociación no lucrativa Amisud, cuyo
objetivo es la conservación de la herencia cultural de Baja California,
elaboraron un proyecto con el fin de documentar y conocer las pinturas
de la sierra, así como planear el manejo y administración de toda esa
zona arqueológica. Como una innovación, en lugar de que las acciones a
seguir fueran ordenadas desde alguna oficina del gobierno en la Ciudad
de México, además de los grupos mencionados participaron en la
planeación los rancheros de la sierra, cuyos intereses y opiniones
fueron tomados en cuenta, el trabajo no fue fácil, unas cincuenta
personas, incluyendo arqueólogos extranjeros de renombre internacional,
en 1995 hicieron sus aportaciones y participaron en las discusiones
correspondientes durante cuatro días, hasta que se llegó a un acuerdo
que quedó plasmado en un documento aceptado por todos.
Años antes, desde 1992, la arqueóloga María de la Luz Gutiérrez, del INAH, y Justin Hyland, del Departamento de Antropología de la Universidad de California, Berkeley, llevaron a cabo trabajos de investigación, así como para salvaguardar las monumentales pinturas y facilitar el acceso de los visitantes; Gutiérrez realizó una verdadera hazaña no sólo por su trabajo técnico sino en el aspecto logístico, al organizar con todo éxito el transporte de materiales y alimentos por las difíciles veredas de la sierra hasta el lugar de las pinturas dentro del plazo que se había establecido. Como resultado de los trabajos de campo que se han llevado a cabo en cuatro zonas, en los que se incluyen no sólo investigaciones de superficie sino también excavaciones, se han registrado 700 manifestaciones arqueológicas desde hallazgos líticos hasta rancherías grandes con estructuras circulares de piedra.
En Cueva de la Soledad y Cuesta Blanca se encontraron textiles bien conservados y artefactos líticos con restos de pigmentos aun adheridos; y en Valle del Azufre, cerca del volcán de Las Tres Vírgenes, se descubrieron muchas excavaciones para la extracción de obsidiana, siendo éstas, de acuerdo con las investigaciones realizadas, la fuente de obsidiana más utilizada fuera de Mesoamérica; el trabajo técnico en este campo lo llevó a cabo el experto en obsidiana M. Steven Shackley, del “Phoebe Apperson Hearst Museum of Anthropology”. Las muestras datadas por el método del carbono 14 dan antigüedades que van de 1 500 a 500 años A.P., aunque hay evidencias de presencia humana en la región desde los 9 000 años A.P.
Hasta el año de 1999, quien deseara ir a Cueva Pintada debía acudir al Museo de San Ignacio, en donde personal del INAH otorgaba la autorización correspondiente y coordinaba por radio los detalles de la visita con los guías de San Francisco de la Sierra.
Si la promoción turística que se realiza para que se visiten las pinturas rupestres de Baja California se acompaña de una acción educativa sistemática dirigida a los servidores turísticos y a la población escolar del estado, tendiente a formar conciencia del valor histórico y artístico de los murales, podrá lograrse que el llamado Patrimonio de la Humanidad sea primeramente conocido y disfrutado por el pueblo de México. Los antiquísimos artistas quisieron trascender en el tiempo, y lo lograron magníficamente, toca a las actuales generaciones preservar sus obras para el bien del arte y el beneficio de todos.
Años antes, desde 1992, la arqueóloga María de la Luz Gutiérrez, del INAH, y Justin Hyland, del Departamento de Antropología de la Universidad de California, Berkeley, llevaron a cabo trabajos de investigación, así como para salvaguardar las monumentales pinturas y facilitar el acceso de los visitantes; Gutiérrez realizó una verdadera hazaña no sólo por su trabajo técnico sino en el aspecto logístico, al organizar con todo éxito el transporte de materiales y alimentos por las difíciles veredas de la sierra hasta el lugar de las pinturas dentro del plazo que se había establecido. Como resultado de los trabajos de campo que se han llevado a cabo en cuatro zonas, en los que se incluyen no sólo investigaciones de superficie sino también excavaciones, se han registrado 700 manifestaciones arqueológicas desde hallazgos líticos hasta rancherías grandes con estructuras circulares de piedra.
En Cueva de la Soledad y Cuesta Blanca se encontraron textiles bien conservados y artefactos líticos con restos de pigmentos aun adheridos; y en Valle del Azufre, cerca del volcán de Las Tres Vírgenes, se descubrieron muchas excavaciones para la extracción de obsidiana, siendo éstas, de acuerdo con las investigaciones realizadas, la fuente de obsidiana más utilizada fuera de Mesoamérica; el trabajo técnico en este campo lo llevó a cabo el experto en obsidiana M. Steven Shackley, del “Phoebe Apperson Hearst Museum of Anthropology”. Las muestras datadas por el método del carbono 14 dan antigüedades que van de 1 500 a 500 años A.P., aunque hay evidencias de presencia humana en la región desde los 9 000 años A.P.
Hasta el año de 1999, quien deseara ir a Cueva Pintada debía acudir al Museo de San Ignacio, en donde personal del INAH otorgaba la autorización correspondiente y coordinaba por radio los detalles de la visita con los guías de San Francisco de la Sierra.
Si la promoción turística que se realiza para que se visiten las pinturas rupestres de Baja California se acompaña de una acción educativa sistemática dirigida a los servidores turísticos y a la población escolar del estado, tendiente a formar conciencia del valor histórico y artístico de los murales, podrá lograrse que el llamado Patrimonio de la Humanidad sea primeramente conocido y disfrutado por el pueblo de México. Los antiquísimos artistas quisieron trascender en el tiempo, y lo lograron magníficamente, toca a las actuales generaciones preservar sus obras para el bien del arte y el beneficio de todos.
ORIGEN E HISTORIA DE LAS PUNTAS DE FLECHAS LITICAS
En los yacimientos prehistóricos de mayor antigüedad se han encontrado numerosas puntas de flecha de pedernal
hábilmente talladas. Ya en estos primeros ejemplares aparece la punta
de flecha con forma triangular, que se ha conservado desde entonces. El
uso del arco parece remontarse en Europa a una época muy lejana, a la
del Edad del Reno. En alguna estación lacustre se han encontrado restos de arcos de madera pertenecientes a la época neolítica.
Los tipos de flechas prehistóricas son muy numerosos: unos tienen la forma de almendra, otros la forma de hoja de laurel
o de olivo, otras son triangulares o romboidales. En su base suelen
presentar un semicírculo o bien dos puntas. Algunas de estas puntas de
pedernal o cristal de roca se conservan en el Museo Arqueológico Nacional de España.
Los griegos no fueron tan buenos tiradores de flechas como los orientales. Sin embargo, debieron copiar de éstos el arma. La flecha griega medía unos 60 cm, el asta era de madera muy ligera y la punta metálica, simple o barbada, generalmente trilobulada. El apéndice de las plumas era idéntico al de los orientales. El carcaj griego contenía de 12 a 20 flechas y lo llevaban al costado izquierdo, guardando también en él algunas veces el arco. Los tiradores griegos acostumbraban a hincar en tierra una rodilla, tal y como lo atestiguan los monumentos que conocemos, y entre ellos el frontón del templo de Egina. Los cretenses tenían fama de diestros en el manejo del arco desde los tiempos de Homero, y en una época bastante avanzada de la Historia constituyeron un cuerpo especial del ejército griego.
Los germanos no parece que utilizaran la flecha más que para la caza. Sin embargo, los celtas y galos la emplearon como un arma de guerra. Los hunos usaban unas flechas de cuero indistintamente para la caza o para la guerra.
En cuanto a la Edad Media, los monumentos que conocemos sirven de testimonio del uso de la flecha como arma de primera importancia entre la infantería de los primeros tiempos. Sabemos que por el siglo XII el arquero llevaba dos carcajes de cuero: uno para las flechas y otro para el arco. Los hierros de las flechas eran semejantes a los de las saetas de las ballestas; es decir, que tenían dos, tres y hasta cuatro puntas y rara vez barbadas como en la antigüedad. En cuanto a la longitud del asta, guardaba relación con la mayor o menor rigidez del arco, así como la estatura del arquero.
Los afamados arqueros ingleses, que se decía tiraban 12 flechas en un minuto hasta 220 m de distancia, llevaban un arco de su misma estatura y flechas de 90 cm de longitud.
Hasta el siglo XIV parece que los hierros de las flechas usados en Francia ofrecían en su base una parte hueca para sujetarlos al asta, y desde esa época el hierro se hizo más estrecho y ofrecía cuatro puntas caídas. La aparición de las armas de fuego desterró por completo en Europa el empleo de la flecha.
En América, Asia, África y Oceanía, la flecha se usó desde tiempos muy antiguos y todavía se utiliza por algunas tribus. Las flechas envenenadas con jugo de plantas o venenos de animal han servido de arma de guerra en América, India y a lo largo de las costas desde Arabia hasta China.
Una punta de flecha es una punta, por lo general afilada, sumada a una flecha para que su uso sea más mortífero o para cumplir algún propósito especial. Históricamente, las puntas de flecha eran de piedra y de materiales orgánicos; conforme la civilización humana avanzaba otros materiales fueron utilizados. Las puntas de flecha son importantes piezas arqueológicas y una subclase de punta lítica.
En la edad de piedra, la gente usaba huesos afilados, piedras talladas, escamas (lascas) y trozos de roca como armas y herramientas. Tales artículos se mantuvieron en uso a lo largo de la civilización humana, junto con los nuevos materiales utilizados con el paso del tiempo.
Como artefactos arqueológicos tales objetos son clasificados como puntas líticas, sin especificar si eran para ser proyectadas por un arco o por otros medios de lanzamiento.
En agosto de 2010, un informe sobre las puntas líticas de piedra, que datan de hace 64 000 años, excavadas de las capas de sedimentos antiguos en Sibudu Cave, Sudáfrica, por un equipo de científicos de la Universidad de Witwatersrand, fue publicado. Los exámenes dirigidos por un equipo de la Universidad de Johannesburgo encontraron rastros de residuos de sangre y hueso, y adhesivo hecho de una resina a base de plantas usado para sujetar la punta a una varilla de madera. Esto indicó "el comportamiento exigente cognitivo" necesario para fabricar pegamento.
"La caza con arco y flecha requiere múltiples etapas complejas de
planificación, recolección de material, herramienta de preparación e
implica una serie de innovadoras habilidades sociales y comunicativas".
Diseño
La punta de flecha se une al eje (astil) de la flecha para ser disparada con un arco; el mismo tipo de puntas líticas pueden estar unidos a las lanzas y ser arrojadas por medio de un átlatl (lanzadardos).
La punta de flecha o punta lítica
es la parte funcional primaria de la flecha, y juega el papel más
importante en la determinación de su propósito. Algunas flechas
simplemente utilizan una punta afilada del mismo astil, pero es mucho
más común separar las puntas de flecha hechas, por lo general, de metal,
cuerno, o algún otro material duro.
Las puntas de flecha pueden estar unidas al astil con una tapa, una espiga a zócalos, o insertarse en una ranura del astil y mantenerse fija mediante un proceso llamado enmangamiento.
GRACIAS POR SU VISITA
CASIMIRO GARDEA OROZCO
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