- Las personas que vienen se van impresionadas por el contenido y como se muestran las piezas: Cinthia Blancarte
- Vasijas, restos óseos y utensilios de culturas Aztatlán, Chalchihuita, Loma San Gabriel y Guadiana son parte de la colección
Las piezas muestran la vida de
las poblaciones que habitaron Durango antes de la llegada de los
españoles, razón por la que existen más de 15 mil años de historia
contenidos en 500 piezas aproximadamente.
Con 16 años de dar servicio a la
población, el Museo de Arqueología Ganot-Peschard se ha consolidado como
un sitio importante para la enseñanza primaria de los niños
duranguenses.
Así es considerado por su administradora
Cinthia Blancarte, quien en entrevista con el Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes confirmó la vocación con la que Alejandro Peschard y
Jaime Ganot pusieron a disposición del público sus colecciones
particulares, actualmente distribuidas en seis salas del inmueble
conocido como Palacio de Zambrano.
El recinto es una casa antigua ubicada en
el Centro Histórico de Durango, la cual durante muchos años estuvo
desocupada. Antes de ser museo fue una notaría, Archivo de la Nación e
incluso Casa de Moneda.
Perfectamente dispuestos para una perfecta
apreciación, las piezas muestran la vida de las poblaciones que
habitaron Durango antes de la llegada de los españoles, razón por la
cual existen más de 15 mil años de historia contenidos en 500 piezas
aproximadamente, entre instrumentos, hachas, puntas, vasijas, restos,
cráneos, enseres y utensilios de las culturas Aztatlán, Chalchihuita,
Loma San Gabriel y Guadiana.
“La museografía es muy original y está
imaginada especialmente para los niños. Los doctores tuvieron mucho
cuidado al dirigirla, estudiarla y recrearla; ese es el mayor acierto y
legado del museo”, expresó la representante cultural.
La museografía fue realizada por Javier
Guerrero Romero y el arqueólogo Peter Jiménez, así como por un
importante y amplio equipo de museógrafos pertenecientes al Instituto de
Cultura del Estado.
Las fotografías de arte rupestre que se
exhiben abarcan un extenso periodo, desde el Arcaico hasta el presente;
se exponen objetos de culturas mesoamericanas y objetos encontrados en
la región, de igual forma ofrece una sala de exposiciones temporales.
Cinthia Blancarte manifestó que desde su
apertura, el 3 de marzo de 1998, el Museo de Arqueología Ganot-Peschard
es parte del programa de formación en la historia de Durango, teniendo
registrados entre sus visitantes a más de tres mil personas de 14
países, además de tener como principal objetivo concentrar en un solo
espacio la colección de piezas arqueológicas de varias partes del
estado.
“Las personas que vienen de fuera se van
impresionadas por el contenido y la manera en la que se muestran las
piezas, es muy atractivo desde cualquier ángulo que se vea.
“La última sección es la que más les gusta
a los niños, porque en ella se simulan recovecos, oquedades y paisajes
cavernosos”, puntualizó Blancarte.
El aprendizaje y la emoción van de la mano
en el Museo de Arqueología Ganot-Peschard que a través de un mundo que
revela paisajes, moradas y escrituras primigenias abren la máquina del
tiempo para que todo el público pueda formar parte de ese mundo durante
el recorrido.
El Museo de Arqueología Ganot-Peschard se
encuentra ubicado en Zaragoza 315 Sur, entre 20 de Noviembre y 5 de
Febrero, Zona Centro. El horario es de martes a viernes de 10:00 a 18:30
horas; sábados y domingos de 11:00 a 18:00 horas.
La conquista de la sierra de “La Giganta” en Baja California Sur en 1683
Sierra “La
Giganta” en Baja California Sur
“La Giganta”
es un enorme promontorio que sobresale en la costa sur de Baja California; sus
laderas del lado oeste son más pronunciadas que las del Este, por lo que la expedición
tendría un duro escollo que resolver, ya que
San Bruno se encuentra en la costa occidental de la “mayor isla del
orbe” según la creencia de aquel entonces. Kino escogió un buen caballo; en sus
alforjas llevaba los instrumentos de navegación que le permitirían hacer los
cálculos correspondientes para la elaboración de los mapas, sin apartarse de
aquellos pequeños regalos, libros y papeles para sus increíbles diarios en el
registro meticuloso de sus observaciones y acontecimientos que nos han permitido
conocer esta historia. La comitiva expedicionaria estaba compuesta de 25
soldados, 6 indios Mayos, 12 indígenas naturales de California (6 “Didius” y 6
edúes). Se utilizaron 14 caballos, 4 mulas de carga y provisiones para 12 días.
Blas de Guzmán y el Padre Goñi se quedarían en la
Misión mientras que en la
Isla de Coronado, a bordo de la “Capitana”, permanecieron en
vigilancia 10 marineros y el Alférez Lorenzo de Lezcano.
La expedición por el centro de
California incluyó por 25 soldados españoles.
El día 01 de diciembre se inicia la conquista de “La
Giganta” bajo el mando de Atondo y Kino, en una trayectoria
histórica pues muchos sitios fueron puestos al descubierto para el mundo en
aquella memorable ocasión. Tres leguas (12
km) al noroeste se encontraron abundancia de agua y
grandes pastizales, un lugar a que los nativos llamaban “Londó” y que al tiempo
se convirtió en la Misión
de San Juan Londó; aquí se unieron al grupo 5 nativos. Más adelante
descubrieron un gran manantial al que llamaron de San Francisco Xavier.
Justamente al llegar al pie de la gran montaña al tercer día de camino, Atondo
termina convenciéndose que es imposible continuar con los caballos por aquella
ruta escarpada, en una ladera tan pronunciada, y decide continuar a pié dejando
los animales a cargo de 6 hombres.
Atondo escribe: “Proseguimos nuestra jornada cargando cada cual el
bastimento que pudo, y subiendo algunos soldados ágiles, sin armas y descalzos,
nos arrojaron una soga y amarrándonos por la cintura, pudimos subir los demás.
Este día andaríamos como 6 leguas (24km)”, y añade, “por
hallarme rendido y ampollados los pies, otros cinco soldados y el cirujano no
pudimos pasar adelante; otro día mandé al Alférez Nicolás de Contreras Ladrón
de Guevara que fuese con los demás a descubrir la tierra más adentro; fue en su
compañía el muy reverendo Padre Superior Eusebio Kino y cinco peones; salieron
el día domingo y regresaron el lunes”. La expedición
pronto llegó hasta la cumbre de la montaña, hasta un sitio al cual pusieron por
nombre de La Santa Cruz,
esto en recuerdo de un hecho curioso cuando se tuvo que derribar un enorme
cactus; al caer formó una cruz perfecta
con otro palo. Es aquí cuando se le titula a esta sierra como “La
Giganta”; Kino escribe: “por ser muy alta,
que desde Yaqui al ponerse el sol se descubre, y también porque los días
pasados habían dicho y creído algunos que en estas tierras de los Noys había
gigantes, la llamamos La
Giganta”.
La vista era particularmente bella desde las alturas; enormes llanuras
se observaron hacia el occidente a las que les dieron por nombre Dádivas de
Francisco Xavier, ya que fueron descubiertas el día 3 de diciembre. No tardaron
en aparecer algunos indígenas del lugar llamados “Noys”, quienes al observar la
expedición corrían desesperados a buscar refugio. A unas leguas de recorrido
por el valle encontraron una laguna a
la que llamaron de Santa Bárbara, lugar donde Atondo decide acampar. Al día
siguiente Kino y 18 hombres prosiguen la exploración hacia el noroeste y se
encuentran con un bonito valle al cual deciden nombrar como San José; otra gran
laguna decoraba el paisaje la que titulan de San Salvador y un cerro también a la vista de grandes
dimensiones es nombrado de San Eusebio. En un momento del camino la expedición
fue abordada por 17 indígenas armados con arcos y flechas; Kino escribe: “Todos
los señores soldados se pusieron en armas; yo saqué unos pañuelos colorados y
unos abalorios, me fui acercando a los indios que luego pusieron sus armas en
el suelo y se sentaron en señal de paz; el jefe de unos 50 años de edad se
levantó y me hizo señas de que pasáramos adelante, hacia el norte, pero ni él
ni los suyos hablaban palabra. Quedaron contentos todos y después nos dijeron
que más al poniente, tras el cerro de San Eusebio, corría un río que iba a la
contracosta (cosa que los otros indios nos han referido también en el Real de
San Bruno, didius y edúes)”. La expedición terminaría el día
caminando de regreso a San José; el día 6 se reunieron con Atondo en Santa
Bárbara, bajaron por el paso de Santa Cruz de nuevo a gatas hasta llegar al
sitio donde dejaron caballos y mulas al pié de la montaña; finalmente, por la
tarde del día 7 de diciembre eran recibidos con alegría en San Bruno.
Inmediatamente Kino comenzó a bosquejar el legendario mapa de la zona, mismo
que fue concluido y enviado en la
“Capitana” en su viaje por provisiones al Yaqui el 21 de diciembre de 1683.
Aunque este segundo reconocimiento de California, algunas veces llamada
Carolinas por Kino, puede considerarse fructífero alcanzando el objetivo de
lograr cierta exploración de La
Giganta, Kino no estaba conforme. Tenía que descubrir un
camino seguro y cómodo para los caballos y mulas hacia el otro lado de la gran
montaña, pues la contracosta seguía siendo la meta final. Dos semanas después
organiza una pequeña expedición con Nicolás de Contreras, 8 soldados a caballo
y 4 nativos. Unas leguas adelante se les unieron 15 nativos más por corto
tiempo; Kino relata: “... después nos fueron siguiendo Vicente
y Eusebio (dos nativos), y también un cuervo que dos leguas antes había
empezado a seguirnos, pues unas veces nos seguía, otras nos iba más adelante
sin apartarse de nosotros más que cuando mucho un tiro de arcabuz; de esta
manera nos vino acompañando toda la tarde en camino de más de seis leguas hacia
el norte. Quedándonos siempre al poniente a mano izquierda la serranía o Sierra
La Giganta,
llegamos a un nuevo río que llamamos Santo Tomás, que era el día de este
glorioso santo apóstol de las Indias”. Este río los
llevaría caminándolo hacia arriba hasta una gran cañada que daba directamente
hasta el parteaguas de La
Giganta; detrás tendrían el comienzo de un afluente del Río de
La Purísima,
el cauce buscado que los habría de llevar hasta la contracosta. El problema estaba resuelto. La expedición
continúo del otro lado de la
Giganta unas leguas más, donde descubrieron nuevos
asentamientos indígenas; de regreso fueron llevados por los mismos nativos a
través de otros caminos más cortos para cruzar la sierra, al fin y al cabo
dichas veredas habían sido pisadas por ellos desde tiempos inmemoriales, y
evidentemente los conocían a la
perfección. Para las festividades de navidad la expedición estaba de regreso a San
Bruno y la buena noticia los motivó a organizar una tercera entrada.
Región de las Primeras
Exploraciones en California
Pero esta nueva exploración tendría que esperar a las nuevas
provisiones que estaban siendo gestionadas en la costa de Sonora y Sinaloa. La
verdad de las cosas, en términos generales, la
Misión estaba pintando para fracaso. Se suponía que San Bruno debería bastarse por sí misma para
desarrollarse, pero los recursos
hidráulicos escasearon, no se podía regar y las lluvias no se veían por ningún
lado. De cualquier forma los colonos se las ingeniaron para hacer producir algo
de la tierra cavando algunos pozos en el arenal del río Grande; Kino escribe:
“Y la experiencia nos iba enseñando que para la reducción de éstos (los
indios), no había limosna ni regalo más a propósito que las cosas del diario
sustento. Ni se duda que con las primeras aguas que vengan se podrán sembrar
muchas milpas así de maíz como de trigo, y de todo cuanto se da en Sonora,
Hiaqui, Mayo y Sinaloa para el común socorro así de ellos como de nosotros”; por lo visto a Kino le faltaba conocer más la hidrología de la región.
Atondo también escribe acerca de las dificultades agrícolas: “... a
mediados del mes de octubre del año pasado de 1683, el soldado Domingo Julián
de Sosa, en un pedazo de tierra que le pareció de mayor humedad y a propósito,
sembró unas matas de maíz, calabazas y garbanzos, y aunque no era el tiempo a
propósito, no obstante llegó a crecer y a granar, aunque no con perfección por
causa de las heladas del mes de diciembre, las cuales maltrataron y secaron
todo lo sembrado”. En otra parte de su reporte añade: “... y
por causa de haber cegado los vientos todo lo que se sembró en el arenal y caja
del río no produjo sino sesenta o setenta matas que empezaron a caer en el
abrigo de la fortificación, las cuales por falta de humedad no llegaron a
granar con perfección y de las dichas
matas se cogieron siete sacas y media de elotes, algunos de ellos vanos y sin
grano alguno”. Aunque las cosas en la
Colonia pasaban por tranquilas en términos generales, con
mucho trabajo y dedicación, no todo era perfecto. Se supo del caso de la muerte
de un indio de manos de un soldado que había sido emboscado por naturales ante
lo cual el Almirante Atondo se mantuvo al margen.
El maíz no era conocido en
California; no había agua segura y los intentos por cultivarlo fracasaron.
De cualquier manera los trabajos en San Bruno siguieron adelante; Kino
relata en su diario del 24 de abril: “Se trabajó mucho en la
fábrica del último baluarte, se le pusieron las vigas y morillos, pues dentro
de este baluarte así como en los otros dos, había como un capaz aposento en que
se pudieran poner bastimentos y otras cosas... vino toda la ranchería a ayudar
mucho, como siempre, en la fábrica de la fortificación, acarreando zoquite,
piedras, agua y leña para todo el real y zacate para los caballos”. Se sabía que la
Colonia estaba dependiendo del exterior y Atondo estaba más
que preocupado. Diariamente las miradas eran puestas en el mar azul del Golfo
en espera de los suministros que traerían los veleros; para el mes de agosto
Atondo describe lo que le queda de abasto: 3 carneros, 2 ovejas, 2 corderos, 33
cabras, 8 gallinas, 2 gallos, 9 costales de harina, 7 fanegas de maíz, 2
fanegas de frijoles, 16 arrobas de mantequilla, 25 quesos pequeños apolillados,
un almud de garbanzos, medio almud de lentejas y dos almudes de chiles para 71
personas que había en la
Colonia y cientos de naturales que trabajaban en la
construcción a cambio de alimento. Diez meses después de haber salido de San
Bruno, La Almiranta
por fin regresa; aquel 10 de agosto de 1684 descargaron algunos suministros
para felicidad del Almirante, aunque no le gustó mucho la llegada innecesaria
de 20 hombres más que habría que alimentar, entre los cuales venía el Padre
Copart en sustitución del P. Suárez, el tercer fraile; también se bajó del
barco el Veedor Real Muñoz de Moraza, que para colmo evidenciaba un estado de
salud muy delicado.
La expedición pendiente a la contracosta tendría que esperar hasta el
invierno, pues faltaban caballos y mulas para el transporte del equipo y
soldados, además de los alimentos para la comunidad; San Bruno nada producía.
Se organizaron varios viajes de la
Almiranta hacia Yaqui; el primero de ellos inicia el 29 de
agosto con Kino y el indígena Eusebio a bordo regresando el 25 de septiembre
con 10 caballos, 2 mulas de carga y 45 carneros; el Padre jesuita iba también
por objetos de regalo muy importantes para aquellos primeros acercamientos con
los naturales. El indígena llegó maravillado. Al día siguiente, Goñi y cuatro
indios más viajan en la segunda travesía regresando el 25 de octubre con otros
15 caballos, 2 mulas de carga y 150 arrobas de carne, todo del Yaqui. A los dos
días La Almiranta
regresa a Sonora por otras 15 mulas, 2 caballos, 2 cargas de pescado, 20
tercios de carne, 7 de queso, 12 fanegas de frijol, barras y herraduras
calzadas. El 16 de noviembre se inicia el cuarto viaje y dos semanas después el
velero se estaciona en San Bruno con 16 caballos, 1 mula y 1 macho aparejados,
55 carneros, 12 botijas de mezcal, 20 fanegas de sal, 50 fanegas de maíz y 12
arrobas de manteca (1 fanega=60 litros y 1 arroba=11 kilogramos).
Caballos y perros empezaron a
verse en San Bruno (pintura europea de la época por Philips Wouwerman)
Para esta última travesía La
Almiranta no podía más
ya que le faltaban cables y estaba bastante deteriorada; urgía su reparación
para dar servicio seguro por lo que se tomó la decisión de enviarla al taller de
Matanchel; Muñoz de Moraza escribe: “La
Almiranta ha ido a Yaqui cuatro veces, y espero en Dios que
complete también éste, por su bien y por el nuestro, pues le falta casi todo y
nosotros tenemos provisiones sólo para tres meses”. De la Capitana
y la Balandra
nada se sabía, así es que aquellos valientes Colonos se quedarían de nuevo
aislados del mundo sin saber a ciencia cierta cual sería el destino de aquella
aventura en San Bruno. Kino sabía que si no encontraban un río mejor del otro
lado de La Giganta
las cosas se complicarían; aquella tercera entrada a la
Península prácticamente definiría el futuro de una Misión que
día con día se complicaba cada vez más.
El 23 de diciembre de 1684 “La
Almiranta” llegó a Matanchel proveniente de San Bruno en un
viaje de 9 días; el Padre Copart acompañó al Capitán Andrés quien llevaba la
encomienda de Kino de buscar más apoyos del Virrey. Atondo por su parte pedía
la presencia de La Capitana
y La Balandra
con nuevos abastecimientos, pero principalmente, negociar la traída de
buscadores de perlas, expertos que supieran zambullirse en las transparentes
aguas del Golfo; con la obtención de estas preciadas joyas, Atondo pretendía
sufragar los costos de los productos alimenticios que no podían obtenerse aún
en la California.
La Colonia
volvía a quedarse sola, y mientras tanto, la expedición tomaba forma. San
Isidro, un sitio localizado al Este-NorEste de San Bruno ofrecía un mejor lugar
para el campamento; buenos pastos y agua segura permitían alimentar a la no
poca cantidad de mulas y caballos que estaban siendo preparados para la
travesía. En este lugar se levantó después la
Misión de San Juan Londó. Con muchas interrogantes en el
ambiente el plan se llevó a cabo; el 14
de diciembre el Padre Eusebio y el Almirante Atondo cabalgaron de San Bruno a
San Isidro a encontrarse con el resto de la expedición que inmediatamente
partió al día siguiente rumbo a la conquista del Mar del Sur. El grupo estaba
formado por 29 soldados, 2 muleteros, 9 indígenas, Kino, Atondo y el doctor
Castro.
El viaje por el Río La
Purísima fue difícil para los exploradores
La
travesía no resultó fácil. Mucho tiempo se perdía en cortar la maleza, remover
las rocas de las montañas y rellenar huecos que permitieran el paso de las
bestias con la carga y los soldados. A menudo Kino subía la montaña más alta
para observar con sus aparatos el rumbo que debía tomar la expedición pues
tenía el control de las brechas. La herradura de los caballos seguía siendo un
gran problema por su desgaste en las rocas; días completos fueron utilizados
para descansar a los animales o bien para repararles las patas y en más de una
ocasión algún semoviente se abandonó al quedar inutilizado para el viaje,
convirtiéndose en milagroso alimento para los hambrientos nativos. Después de
cuatro días de camino, el grupo expedicionario llega a Santo Tomás, una
población ya conocida por Kino en su viaje de reconocimiento que realizó con
Contreras un año antes. Aquí se incorpora el Jefe Leopoldo quien ofreció sus
valiosos servicios de guía. Tres días después llegaron al arroyo “La
Purísima” que descarga hacia el Océano Pacífico; la ruta
quedaba trazada.
El
descenso por el arroyo fue difícil y peligroso; la gran cantidad de rocas en el
camino provocaron un viaje lento y cansado. Un enorme cañón se elevaba hasta el
cielo mientras que el lecho del arroyo era una gris confusión de pedruscos. Un
día después de Navidad Atondo escribe: “la ruta seguía entre tantas peñas
que los más desmontaron para pasarlas y otros cayeron unos sobre las peñas y
otros en el agua; a todas las demás cargas le sucedió lo mismo no obstante que
los que iban desmontados cegaban los huecos de las peñas con piedras”. Pero
el tramo malo por fin fue dejado atrás y para el día 28 de diciembre ya se
encontraban en mejores parajes, tanto que una parte se quedó en un sitio
titulado “Los Inocentes”, en honor a la fecha mencionada. Para el día 30,
Atondo, Kino, 18 soldados, 3 indios cristianos y dos cargas de bastimento se
encontraron con La Mar
del Sur, siendo esta la primera expedición que reconocía el Océano Pacífico por
California. El mismo día 30 tuvieron un primer encuentro con los nativos de la
región; una vez más Kino desempeñó un papel de mediador y pacificador, valiéndose de pequeños regalos e intentos de
diálogo demostrando a su modo la buena fe de los forasteros. Pero la noticia
del día fue el descubrimiento de unas enormes conchas azules de abulón, tan
grandes que los nativos las usaban como vasos para beber. Así también,
encontraron osamentas grandes, medianas y pequeñas de ballenas, un espectáculo
que hoy en día distingue a esta región del mundo; es conocido el hecho de que
estos mamíferos navegan durante largas distancias para tener a sus crías en
estas cálidas aguas del Pacífico.
Ruta de la
Expedición de San Bruno al Pacífico por Kino y Atondo (Amplificar).
Atondo dio
el título de Bahía de Año Nuevo al estero visitado, haciendo alusión a la fecha
de llegada (aunque en realidad fue dos días antes). Para el día 13 de enero de
1685 los exploradores estaban ya de regreso a San Bruno, con la buena noticia
de haber cruzado la “isla más grande del mundo”, pero con la tristeza de un
viaje lento, difícil y muy cansado, con expectativas poco halagüeñas para
formar una Misión de mayor éxito que la que estaban intentando en el Golfo.
Atondo continuó realizando recorridos ahora hacia el sur acompañado por Goñi en
esta ocasión, aunque la travesía inevitablemente tuvo que hacerse bordeando a la
Giganta por la costa. El Almirante no logró su propósito de
llegar hasta la Bahía
de Magdalena, aunque logró visitar lugares que después serían famosos años más
tarde; a lo largo de 150
kilómetros Atondo visitó y nombró 14 rancherías y pudo
haber visto un total de 2 a
3 mil personas. No había tierras susceptibles de cultivar, ni aguajes
aprovechables para el riego pues la mayoría eran pozos abiertos en arroyos
secos, ni siquiera árboles que pudieran emplearse para construir. Solo cuervos,
patos, grullas y pájaros marinos fueron avistados. En cuanto a los nativos,
eran altos, robustos, bien parecidos y más numerosos que en ninguna otra parte
de California. Para el día 6 de marzo la expedición regresa a San Bruno
inconforme y con las manos vacías; después de un año y medio en California las
buenas noticias escaseaban así como los suministros. La única esperanza para
sufragar los gastos de California serían las perlas que al parecer abundaban en
los mares de la región, así que todo dependería de los buscadores que Atondo
con tanta ilusión había solicitado a las autoridades.
A mediados
de marzo “La Balandra”
llega a San Bruno bajo el mando de Francisco de la
Aberiaga; para el día 26 “La
Capitana” por fin regresa también trayendo a bordo cuatro
pescadores y algunas provisiones; pero el escenario que encontró Guzmán se veía
en plena calamidad. Más de un año y medio de sequía había provocado pocos
riegos y cultivos, y para colmo, surgió
un brote de escorbuto que para el mes de abril se convirtió en epidemia. El
agua también se estaba convirtiendo en salobre y poco a poco empezaron a morir
soldados mientras que otros quedaron paralíticos; la mayoría sufría estragos de
la enfermedad. Los problemas para Atondo se multiplicaron: el Virrey ya pedía
bautismos los cuales se podían contar con los dedos de las manos; la inversión
en la California
se acercaba al cuarto de millón de pesos y no se veían los frutos del trabajo
misionero. Atondo convocó a una junta de Consejo para darle salida a la situación;
asistieron Kino, Goñi, Guzmán, Muñoz de Moraza, Lezcano, Contreras y el
cirujano Castro. La lista de soldados en activo llegó a 15, pues 39 estaban
inhabilitados y 4 habían muerto. Finalmente se resolvió enviar a los enfermos
en La Capitana
hacia Yaqui, esperando que con el buen clima y mejor alimentación los pacientes
se recuperaran; después, con la tripulación posible la misma Capitana al mando
de Guzmán y Kino, tratarían de encontrar un mejor sitio para la
Misión hacia la región norte de la
California, mientras que Atondo y Goñi por su parte le darían
forma al proyecto de las perlas. El Padre Eusebio nunca estuvo de acuerdo con
abandonar San Bruno, pero pese a su dolor, inevitablemente tuvo que aceptar la
triste realidad.
El adiós a
San Bruno; ¿en donde terminarían sus días estos primeros barcos fabricados en
el noroeste de México? (Pintura de Pierre Puget acerca de barcos de guerra,
1670).
A principios del mes de mayo el plan se pone en práctica. El día 6 se
iniciaron los preparativos en los cuales los mismos indios también se
incorporaron en la ayuda. Empacar las pertenencias fue un trabajo muy lamentado
para los colonos que como pudieron acomodaron de nuevo a los mejores caballos;
el resto terminó en banquete para los nativos. Muñoz de Moraza agonizaba, era
uno de los más graves y terminaría falleciendo dos días después de llegar al
Yaqui. El 8 de mayo de 1685, por la
tarde, La Capitana
con el Padre Eusebio y Guzmán a bordo se despiden de San Bruno; siete muchachos
se animan a viajar con Kino pero el Almirante solo acepta a dos con la
condición de que ayudaran al Padre en el aprendizaje de la lengua nativa; el
resto se bajó de la nave con lágrimas sinceras y sonoras que conmovieron a
todos. Una niña de 15 años llamada Francisca, huérfana por la muerte de su
padre de manos de los españoles, que sirvió en la casa del Almirante y aprendió
buena parte del Catecismo, también quedó desconsolada y sufrió con el P.
Eusebio aquella amarga despedida; es aquí cuando Kino pensó por vez primera en
desarrollar Sonora a fin de salvar “las Californias”.
La
península bajacaliforniana, inicialmente denominada California, fue conocida a
través de los primeros contactos iberos protagonizados por Fortún Jiménez y Hernán Cortés en 1533 y 1535,
respectivamente. Entró a los registros de exploraciones al ser considerada como
una isla de grandes riquezas, causa que motivó el primer intento de
colonización protagonizado por el
conquistador de Tenochtitlan. Posteriormente se le concedió importancia por la
posición estratégica para la seguridad de las posesiones españolas en el Nuevo Mundo.
Hubo de pasar 160 años —durante los cuales se
registraron exploraciones esporádicas y otro par de intentos de colonización—
para que tuviera éxito la entrada
definitiva de la dominación, la que se logró a partir del año 1697 por la orden
religiosa de los jesuitas, quienes en sus esfuerzos de evangelización
desarrollaron un importante papel histórico y, en el campo del conocimiento
lingüístico, una magnífica obra que no fue superada por las corporaciones
religiosas que la sucedieron en el siglo xviii, como fueron los franciscanos y
los dominicos.
Los
grupos indígenas representativos en toda la extensión peninsular se identificaron
con los nombres de pericúes, guaycuras y cochimíes, denominaciones con las que
también, en forma general, fueron conocidas las lenguas que se hablaban en su territorio. De las dos
últimas, los misioneros reco nocieron varios dialectos que no fueron catalogados
específicamente, como tampoco dejaron
estudios completos de las lenguas generales. Al iniciarse el periodo misional, estos grupos indígenas
entraron en el verdadero proceso de aculturación
del que no pudieron sustraerse. Su rudimentaria cultura presentó a una sociedad
arraigada en el sistema de vida trashumante y, por ende, centrada en las tres
actividades fundamentales: la caza, la pesca y la recolección de frutas y
raíces. La condición de su vida tradicional no fue ocasional, estaba determinada por la falta de estímulos de la naturaleza,
propia de la situación geográfica de una larga península de 1200 km. que además
se distinguía por su posición de aislamiento de otras formas de vida respecto
al macizo continental. Acorde al medio físico hostil, estas culturas se
adaptaron y en su nivel de desarrollo se mantuvieron estancadas hasta la
llegada de los misioneros religiosos. En estas circunstancias, a los misioneros
jesuitas les sorprendía las manifestaciones de las costumbres cotidianas de los
indígenas, base para importantes estudios testimoniales de carácter
antropológico legados a la posteridad. La imposición del nuevo estilo de vida,
opuesto a los patrones de la vida milenaria de los indígenas, produjo en un
corto tiempo, el más grave fenómeno sociológico de la historia peninsular.
A partir
de los autores clásicos de la historia de las Californias se han hecho cálculos
sobre la población aborigen en la península, en mucho de los casos repetidos
por los investigadores de nuestra época, en donde se muestran cantidades muy variadas1 por lo que se infiere que nunca conoceremos la
cifra exacta; sin embargo, para el
presente estudio partiré de los cálculos que nos ofrece S. F. Cook,2 quien presenta tanto cifras estimables como de
censos del periodo misional, reconocidas
por diversos estudiosos del tema que aceptan la
cifra de 41500 indígenas como base poblacional de la península
bajacaliforniana. Sin embargo, recientemente el doctor W. Michael Mathes
consideró
que la
obra de Cook es “altamente especulativa”, mientras que otros autores
lo toman
como base de comparaciones. Al respecto Ignacio del Río al consi
derar la
propuesta estadística de J. J. Baegert, nos dice:
...Podría
objetarse un cálculo como éste (de cuarenta a cincuenta mil indígenas), hecho
sin rigor estadístico y ante circunstancias —como la del desconocimiento que
entonces se tenía de la población del norte peninsular— que ciertamente
impedían hacer una cuantificación de veras confiable de la población aborigen
Pero tenemos, por otra parte, que algunas investigaciones modernas coinciden
más o menos en sus resultados con la estimación hecha por el alsaciano. Son de
citarse a este respecto los cálculos demográficos de Sherbume F. Cook, quien,
mediante la aplicación de varios métodos de computación diferentes cuyos resultados promedio, obtuvo
cifras que no se apartan de las propuestas
por Baegert. La conclusión de Cook, en efecto, es que, hacia la fecha en que se
estableció la primera misión permanente en la península, existían alrededor de 41500 californios.
El
fenómeno de la disminución de la población indígena durante la colonia no fue particular de la península, se presentó en
diversas regiones de Nueva España ocasionado por la obra de conquista y
colonización europea que vino a desequilibrar el orden establecido y que marcó
el enfrentamiento entre las culturas indígenas y la europea. En lo que respecta
al decrecimiento demográfico en la península, en razón a que la penetración
europea fue tardía, el proceso se recrudeció seriamente durante la primera
mitad del siglo xviii obedeciendo a diversas causas originadas por el choque cultural que
impuso cambios decisivos en la vida tradicional de los indígenas que la habían
conformado durante siglos de existencia.
El nivel
cultural alcanzado por los indígenas, aunque bajo en su alcance, fue firme y
estable, adaptando su existencia y sus costumbres al medio geográfico peninsular.
Los misioneros jesuitas, con la intención de enseñar y cimentar el cristianismo entre los indígenas,
les cambiaron su ancestral forma de vivir, y fue, sin habérselo propuesto, uno
de los medios para iniciar su extinción. En la California jesuítica se pretendió
crear una sociedad singular, no
permitiéndose la entrada y permanencia de colonos —fuesen españoles, criollos o mestizos— ajenos a los intereses
de la congregación religiosa, para evitar
acarrearles vicios a los indígenas. Como rectores de la vida peninsular, fueron
ellos quienes alteraron las costumbres indígenas y ocasionaron la reacción
violenta de los indios pericúes y de los grupos de filiación guaycura, iniciándose
la descomposición social, perjudicándose solamente la base indígena. Los
pericúes fueron los primeros en manifestar su rechazo al sistema de vida que
representó el misionero, comenzando una cruenta insurrección en el año 1734
ubicada principalmente en la parte meridional de la península, en donde fueron
combatidos primero con acciones punitivas que incluyeron desde el destierro de
sus mujeres hasta las acciones militares, que en conjunto, Ignacio del Río califica como una “campaña
militar de reconquista”, en donde además de los actos bélicos de exterminio
incluyó el manejo de alianzas con grupos indígenas para tomar partido contra
los insurrectos cuyas consecuencias son claros indicadores que plantearon el
inicio de la desintegración social entre los indígenas.
La
pacificación tanto de los pericúes como de los uchitíes y coras fue obra de don Manuel Bernal Huidobro, gobernador
de Sinaloa; sin embargo en la península persistió una situación inestable. En
1737 hubo un intento de asesinato a un sacerdote de San José de Comondú que
pudo haber iniciado el problema pero no fue de mayor trascendencia, como
tampoco el insistente rumor, durante ese mismo año, de un posible ataque guaycura
a la misión de San Javier. Fue hasta el año 1740 cuando surgió una nueva
rebelión pericú, ahora de menores consecuencias
pero motivada por las mismas causas que la anterior insurrección, siendo
sofocada rápidamente. Ambas rebeliones pericúes obedecieron al mismo espíritu
de independencia del sistema que en casi dos decenios les impusieron los
misioneros jesuitas, lo que iba en contra de sus costumbres tradicionales y que
deseaban rescatar a toda costa.
Además de
las consecuencias de la guerra, sufrieron tres epidemias entre los años 1742 a 1748, las que diezmaron a su población
de tal manera “que no quedó ni aun la
sexta parte de la gente, que tenía antes de la nación pericú”.
A la desgracia
de las enfermedades se le agregó la rebelión de los uchitíes, rama de los
guaycuras ubicados desde La Paz hasta Todos Santos, quienes tuvieron como
respuesta una violenta guerra de exterminio de la que Barco da noticias cuando
nos dice: “De esta suerte se acabó en el sur esta nacioncilla, que nunca estuvo
bien reducida: y sólo quedaba de ella un mozo en el pueblo de Todos Santos al
tiempo que salieron de aquella península los padres jesuitas”.
Los datos
anteriores nos dan una idea clara que tanto las guerras como las enfermedades
epidémicas fueron las causas principales que provocaron la disminución de la población indígena. Las cifras
hablan claro y nos dan idea del fenómeno
acaecido en nuestra península durante la presencia jesuítica. A su salida, en
cumplimiento de la orden real que los expulsó del reino español y que en la península se ejecutó hasta el 3
de febrero de 1768, sólo quedaron 7 149
indígenas, y para 1769 disminuyó la población hasta 6 133 habitantes.
Los
jesuitas fueron remplazados por los padres franciscanos del Colegio de San Fernando de México (1768-1772). Lo más
notable, en cuanto al tema tratado, durante la permanencia de los franciscanos
fue el haberse registrado una nueva epidemia durante el año 1769 por lo que
mermó considerablemente a la población indígena, como se mencionó en el dato
anterior.
Para
ilustrar más claramente el fenómeno de la disminución de la población aborigen
recurro a la tabla proporcionada por S. F. Cook, en donde se nos da a conocer el número de la población
del área jesuita de la península, basado
en cálculos estimativos y censos de población.
Tabla de
cifras estimativas y censales
1697
aborígenes (promedio) 41 500
1728 estimativo 30 500
1742
estimativo 25 000
1762
estimativo 10 000
1768
censo 7 149
1772
censo 5 094
1775
censo 3 972
1777
censo 5 424
Al
cálculo estimativo de Cook para el año 1742 sobresale la confirmación de la
cifra casi igual, si comparamos el dato proporcionado por el conde de Revilla Gigedo,
cuando afirma: “En los años (17)40, se computaba el número de estas gentes en 22 000 almas de los
dos sexos y de todas las edades; pero cuando se retiraron los regulares
extinguidos, no excedieron de 8 000...”
Efectivamente,
el dato proporcionado a la salida de los jesuitas se ilustra en forma específica a lo correspondiente en cada
una de las misiones de la península, las que se extendieron desde el extremo
sur hasta el grado 31, en una extensión de 300 leguas, según lo señala Lorenzo
Hervás.
Misiones
de los jesuitas en California en el año 1767
1.- Todos
Santos, o Santa Rosa 90
2.-
Santiago 550
3.- Nuestra
Señora de los Dolores 450
4.- San
Luis Gonzaga 310
5.-
Nuestra Señora de Loreto 400
6.- San
Francisco Xavier 485
7.- San
Joseph Comandú 360
8.-
Concepción 130
9.- Santa
Rosalía de Mulegé 300
10.-
Nuestra Señora de Guadalupe 530
11.- San
Ignacio de Kadakaamang 750
12.-
Santa Gertudre 1000
13.- San
Francisco de Borja 1500
14.-
Santa María, que se fundaba en 1767 330
TOTAL 7 185
Tomando
como base a Cook sobre los datos de 1697, fecha con la que se inició la evangelización con la llegada de
los jesuitas hasta su salida en el año 1768, es alarmante comprobar que la población
aborigen se diezmó en un 82.78%; que el índice de mortandad prosiguió en
aumentó alcanzando un 87.73% hasta la
salida de los franciscanos en 1772, y tres años después, al 90.43%. Todo esto tan sólo en 78 años. De
acuerdo a la cifra del censo de 1772 que nos proporcionó Cook, y comparándola
con los datos obtenidos del informe del franciscano Juan Ramos de Lora, que es
anterior al citado censo rendido en abril de 1772, casi coinciden las cifras.
La suma de la población indígena de los centros de asentamientos que para esa
fecha perduran, arroja la cantidad de 5692 indígenas en la península. Se especifican las
siguientes cantidades:
San José
del Cabo 50
Santiago, 60
Todos
Santos, más de 100
San
Francisco Javier, 293
Loreto, 220
San José
de Comandú, 322
La
Purísima,
171
Misión de
Guadalupe, 176
Mulegé, 186
San
Ignacio,
572
Santa
Gertrudis, 1244
San
Francisco Borja, 1538
Santa
María,
411
San
Fernando Velicatá, 349
Si
repartimos esas cantidades en las actuales entidades políticas de la península,
corresponderían 2 150 indígenas a Baja California Sur, y 3 542 a Baja
California.
Siguiendo
el orden cronológico de esta relación de hechos encontramos algunos datos interesantes en el informe rendido
por don Pedro Fages, inspector general de las Provincias Internas, fechado el
20 de octubre de 1786 y enviado al
virrey Bucareli, informe que entre otras cosas, dice:
Las
misiones de San José, Santiago, Todos Santos, San Javier, Loreto, Comondú,
Cadegomó, Guadalupe y Mulegé van a pasos gigantes a su total extinción. La
razón es de tal evidencia que no deja duda. El mal gálicodomina a ambos sexos,
y en tal grado, que ya las madres no conciben, y si conciben, sale el feto con
poca esperanza de vida. Hay misiones de las citadas, que há más de un año y
meses que en ella(s) no se ha bautizado criatura alguna, y la que más no llega
a cinco bautizados siendo cosa de admirar que excedan los muertos en el año
pasado de los de edad de 14 años para abajo a los nacidos.
Considerando
este angustioso informe y tomando en cuenta la fecha en que se rindió, merece
nuestra atención el dato proporcionado por don Pablo L. Martínez quien al hacer
el resumen histórico del siglo xviii señala: “Al terminar el siglo la población indígena de toda
la península se estimaba en 4 500 individuos y la española y mestiza entre 700
y 800”.
Al
respecto, la información del conde
Revilla Gigedo correspondiente a la última década del siglo xviii registró:
“...no llegan a 6000”, al referirse a la población indígena de la península,
cifra en la qué se incluyó a las familias de las últimas misiones fundadas por los dominicos, como fueron
la de Nuestra Señora del Rosario, Santo
Domingo de la Frontera, San Vicente Ferrer, San Miguel del
Encina y
Santo Tomás.
En el
proceso histórico de la península se siguió manifestando el descenso en su población indígena, lo que se registró
aún durante la primera década del siglo xix
si atendemos el dato que nos proporciona Francisco Santiago Cruz cuando dice: “Según censo levantado en 1810
por un visitador, la población de la península se suponía de 2300 indios y 2150
españoles”.
No es el
propósito analizar más allá de estos datos, que con sólo su lectura nos permite
comprender el fenómeno presentado por la extinción de los tres grupos característicos de la península:
pericúes, guaycuras y cochimíes, al menos de la actual Baja California Sur. Sobre
el último de los grupos indígenas mencionados, cabe aclarar que para el
presente estudio su delimitación se extiende hasta donde los jesuitas la identificaron
bajo un tronco común y una misma denominación, y que los estudiosos modernos la
han ubicado en el tronco protoyumano que prácticamente conforman una unidad del
concepto lingüístico, esto en comparación con los cochimíes de la parte septentrional
de la península, en donde aún subsisten algunos grupos conocidos como paipais,
tipais, quiliwas y cucupás, perteneciente a la familia yumana.
Al
respecto, Miguel León-Portilla, afirmó: “El caso de las lenguas de estos últimos grupos difiere por completo del de
aquellos otros cuyos hablantes han desaparecido”.
EXTRACTO DEL LIBRO: Vocablos Indígenas de Baja California Sur de Gilberto Ibarra Rivera:
Los Ultimos días de la víctima “Ötzi el hombre del hielo”
Esquivando el paso del tiempo, extrañamente conservados, los restos de Ötzi, un hombre que vivió en la frontera austroitaliana hace cinco mil años, se presentan ante la mirada arqueológica como uno de los mayores descubrimientos de los últimos tiempos. Su cuerpo descansa en el Museo de Arqueología del Sur del Tirol, en Italia.
El 19 de septiembre de 1991, en los Alpes de Ötztal, a 3210 metros de altura y cerca del límite entre Austria e Italia, los escaladores alemanes Erika y Helmut Simon encontraron un cadáver congelado. Con cierta reticencia, le tomaron una foto (a Erika no le parecía bien fotografiarlo, pero Helmut insistió, alegando que los familiares del muerto querrían saber cómo lo habían encontrado). La foto, que en los días siguientes apareció en los diarios de todo el mundo, muestra un cuerpo humano tendido boca abajo, con el rostro, las extremidades y la mayor parte del torso metidos en un bloque de hielo.
Dos días después, el diario local Dolomiten informaba que “los restos mortales de un alpinista desconocido fueron descubiertos en la tarde del jueves [...] La identidad del cuerpo, que habría estado en el hielo durante varias décadas, aún no ha sido aclarada”.
Cuando leyó la noticia, el montañista italiano Reinhold Messner, que estaba dando un ciclo de conferencias en la región, acudió al lugar para echar un vistazo. Experto en alpinismo, Messner fue la primera persona que escaló las catorce montañas más altas del planeta; también fue el primero que alcanzó la cima del Monte Everest sin usar tubo de oxígeno. Era una leyenda viviente y los periodistas siempre andaban atentos a sus comentarios. Tras examinar los restos, Messner declaró que deberían tener entre 300 y 500 años.
Unos días más tarde, el gobierno austriaco envió a un gendarme para recuperar el cuerpo. Acechado por una inminente tormenta y sin herramientas apropiadas, el hombre dañó los brazos, las piernas y la pelvis de los restos congelados. Una vez fuera del hielo, el cuerpo y varios objetos hallados a su alrededor fueron transportados al Instituto de Medicina Forense de la Universidad de Innsbruck. Apenas vio los objetos, el arqueólogo Konrad Spindler se dio cuenta de que tenían por lo menos 4000 años.
MI NOMBRE ES....
Algunos arqueólogos lo llamaron Hauslabjoch, porque según las reglas de su profesión debían darle el nombre del sitio geográfico más próximo (en este caso, el Paso de Hauslabjoch). Los periodistas europeos lo apodaron “el hombre del hielo” (L’Uomo del Giàccio, en italiano; Der Mann im Eis, en alemán; Iceman,
en inglés).
Algunos le pusieron Homo tirolensis, como si perteneciera a una especie distinta a la de los humanos modernos, pero este nombre carecía por completo de fundamento científico. Los restos pertenecían sin duda alguna a un Homo sapiens. Y porque lo encontraron en los Alpes de Ötztal, un periodista vienés lo bautizó Ötzi.
MARCAS EN LA PIEL
El médico austríaco Hans Unterdorfer realizó el primer examen profesional de Ötzi. Según la descripción de Unterdorfer, el cuerpo había perdido por completo la capa más externa de la piel, el pelo y las uñas. Estaba deshidratado y tenía el aspecto de una momia vieja.
El brazo izquierdo estaba cruzado sobre el pecho. Los dedos de la mano derecha estaban curvados, como si estuvieran agarrando algo. Los párpados abiertos dejaban ver los ojos intactos, y a través de una mueca de la boca se veían los dientes amarillentos. Por el aspecto del pecho, Unterdofer especuló que se trataba de un hombre, pero no lo pudo confirmar porque los genitales estaban tan contraídos que no se distinguían bien (más tarde se comprobó que era un hombre).
Tenía numerosos “tatuajes”: grupos de tres o cuatro líneas paralelas de unos pocos centímetros de longitud en la espalda, una pequeña cruz en la parte posterior de la rodilla derecha y dos líneas paralelas alrededor de la muñeca izquierda. Fuera de los daños producidos por el gendarme, no se veía ninguna señal externa que sugiriera la causa de su muerte.
UN CUERPO SIN TIEMPO
La antigüedad de Ötzi se calculó estudiando sus átomos de carbono. Este elemento químico, uno de los principales componentes de los seres vivos, existe en varias formas. La variedad llamada carbono-14 se usa para la datación de restos orgánicos. Mientras una persona está viva, la cantidad de carbono-14 en su cuerpo es igual a la que hay en la atmósfera.Cuando la persona muere, el cuerpo deja de incorporar carbono-14 y el que ya posee se va desintegrando. Los científicos conocen muy bien el ritmo de desintegración del carbono-14. Con este dato y conociendo cuánto C14 queda en los restos a datar, se puede calcular hace cuánto murió la persona.
Así se determinó que Ötzi vivió hace unos 5300 años, lo cual lo ubica en la Edad del Cobre, cuando aparecieron en Europa los primeros objetos fabricados con este metal y se domesticaron los caballos. Una etapa de transición socioeconómica que iba a desembocar en la transformación de las tribus y comunidades en sociedades complejas.Por las características de sus huesos y el estado de su dentadura, se estimó que Ötzi tenía algo más de 40 años en el momento de su muerte. Una edad avanzada, si se tiene en cuenta que sus contemporáneos vivían un promedio de 20 años y menos del 2 por ciento de la población llegaba a los cuarenta.
HOMBRE DE ARMAS LLEVAR
Se supo también que Ötzi iba bien abrigado. Vestía un taparrabos, calzas y un jubón confeccionados con cueros de ciervo y de cabra; una capa hecha con fibras de tilo y un gorro de piel de oso. También usaba calzado de cueros de oso y de cabra, envuelto con pasto para darle aislamiento. El pasto era mantenido en su lugar por tiras de cuero.Además, iba bien armado. Portaba un hacha, con mango de madera de tejo y hoja de cobre. La hoja era mantenida en el extremo del mango mediante tiras de cuero y goma de abedul. Es el hacha prehistórica mejor conservada que se ha descubierto hasta ahora.Y como si fuera poco, llevaba un cuchillo de pedernal, con mango de madera de fresno, y un largo arco de tejo. En un carcaj de cuero transportaba catorce flechas de madera. Sólo dos estaban terminadas, con puntas de pedernal en un extremo y plumas en el otro para estabilizar el vuelo. Ambas estaban rotas.
Dentro de un morral, también de cuero, guardaba materiales para encender fuego: hongos del abedul secos, que arden con facilidad, y fragmentos de pedernal y pirita, rocas que producen chispas cuando son golpeadas. Tenía una pequeña herramienta de pedernal con la punta afilada, que posiblemente usaba para tallar las rocas, y hongos con propiedades medicinales atravesados por una correa de cuero.Nunca se había encontrado algo así. Las ropas y otros objetos fabricados con materia animal o vegetal se descomponen enseguida, a menos que estén hechos con hueso. A diferencia de lo que ocurre en las tumbas, donde las más valiosas pertenencias de los difuntos son acomodadas a su alrededor como parte de un ritual, todo lo que Ötzi llevaba encima en el momento de su muerte se conservó intacto hasta el presente. Es como ver una foto tomada un día cualquiera en la vida de un hombre de hace 5000 años.
VICTIMA DE LAS ENFERMEDADES
Algunas de las enfermedades que lo afectaban fueron identificadas con rayos X y tomografía computada (técnica que proporciona imágenes tridimensionales del interior del cuerpo). Ötzi tenía artritis en las articulaciones del cuello y la cadera, una dolencia que suele provocar fuertes dolores. En varias de sus arterias se detectaron depósitos de calcio que seguramente dificultaban el flujo de la sangre (posiblemente, arteriosclerosis).
Sólo se encontró una de sus uñas (separada del cuerpo). En ella se observan unas líneas características que aparecen cuando el crecimiento de la uña se interrumpe a causa de una enfermedad. Por la ubicación de las líneas, se dedujo que en los seis meses previos a su muerte Ötzi estuvo muy enfermo en tres ocasiones. Probablemente sufría diarrea, porque sus intestinos contenían numerosos huevos de un gusano parásito que provoca ese trastorno.
¿Y USTED A QUE SE DEDICA?
Iba bien armado, así que bien pudo ser un cazador o un guerrero. Como llevaba hongos con propiedades medicinales, quizás fue un chamán. Alguien propuso que pudo ser un pastor, porque yacía cerca de un antiguo sendero de ovejas. La gran cantidad de cobre detectada en sus cabellos hizo pensar que se dedicaba a trabajar ese metal. Otros han sugerido que era un fugitivo que fue ultimado por sus perseguidores, o la víctima de un sacrificio ritual.
Spindler imaginó que al regresar a su comunidad, luego de una prolongada ausencia, Ötzi se vio envuelto en un violento conflicto, quizás una masacre ocasionada por los miembros de otra comunidad, y resultó herido. Entonces buscó refugio en las altas cumbres, de donde nunca regresó. Estas interpretaciones tienen débiles fundamentos y a veces una buena dosis de imaginación. La verdad es que no hay ninguna evidencia concreta acerca de la ocupación de Ötzi o el motivo que lo llevó a lo alto de la montaña.
LA ULTIMA CENA
Durante el día y medio que precedió a su muerte, Ötzi anduvo por un bosque de pinos a dos mil metros de altura. Luego descendió a uno de los valles de la región. Después volvió al bosque de pinos, pero esta vez siguió subiendo hasta superar los tres mil metros, donde no hay vegetación y el hielo es permanente. A lo largo del camino bebió agua varias veces a diferentes alturas. Su anteúltima comida fue carne de cabra, cereales y otras plantas. Su última comida, unas pocas horas antes de morir, fue carne de ciervo rojo y cereales.Sus últimos movimientos se reconstruyeron investigando lo que había en la última porción de su intestino delgado. Con ayuda de un microscopio y mediante análisis de ADN, se identificaron los granos de polen de los árboles que encontró a su paso (que ingirió en forma involuntaria, junto con la comida o el agua), los restos de los últimos animales y plantas que comió, y las algas microscópicas que había en el agua que fue bebiendo.En su intestino también se encontró una forma primitiva de trigo finamente molido, que posiblemente comió en forma de pan. La presencia de polen de carpe negro, un pequeño árbol que florece a fines de la primavera, indica que Ötzi murió en esa época del año.
SU MUERTE
Como no presentaba señales externas de agresión ni de enfermedad, durante algún tiempo prevaleció la explicación más obvia: Ötzi había muerto de frío. Sorprendido por una tormenta, se detuvo a descansar, se quedó dormido y se congeló. O cayó en una grieta en el hielo de la que no pudo escapar.
Luego se descubrió que en la mano y la muñeca derechas tenía heridas como las que reciben quienes se defienden de un ataque. Además, en su cuchillo y en una de las puntas de flecha que llevaba se detectó sangre de otra gente. En la punta de flecha había sangre de dos personas, como si Ötzi hubiera herido a dos adversarios con la misma flecha, recuperándola en cada ocasión (es posible, ya que las flechas eran bienes valiosos y necesarios para la supervivencia).
Todo esto apuntaba a una pelea con un desenlace mortal.
Finalmente, se encontró una punta de flecha dentro de su hombro izquierdo. El proyectil ingresó por detrás, como lo atestiguan un agujero en la capa, a la altura de la herida, y un corte de dos centímetros en la espalda. La punta de la flecha perforó una arteria y produjo una importante hemorragia interna. Se ha estimado que hay un 40 por ciento de probabilidades de sobrevivir a una herida como ésta.
"ESE HOMBRE"
Apenas se difundió la noticia del descubrimiento, el gobierno austríaco mandó buscar a Ötzi para transportarlo a la ciudad de Innsbruck. Unos días después se demostró que el lugar del hallazgo pertenecía a la provincia italiana de Bolzano. Austria devolvió el cuerpo siete años más tarde.Actualmente, los restos “descansan” en el segundo piso del número 43 de la Vía del Museo, en la ciudad de Bolzano, donde funciona el Museo de Arqueología del Sur del Tirol; están dentro de una cámara hermética, a 6 grados centígrados bajo cero y 99 por ciento de humedad. El público puede verlo a través de una pequeña ventana.
De vez en cuando, algún investigador pide permiso para estudiarlo. Si las autoridades del museo lo autorizan, Ötzi es trasladado a una cámara vecina, donde la temperatura es menos rigurosa. El investigador dispone de unos pocos minutos para realizar su trabajo, porque está prohibido descongelar los restos.Luego, el cuerpo es conducido de regreso a la primera cámara. Cada día, de martes a domingo, entre las 10 y las 17.30, cientos de personas se asoman a la pequeña ventana para contemplar uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de todos los tiempos.
LA TRAGEDIA DE ISHI, EL ÚLTIMO NATIVO LIBRE DE CALIFORNIA
En 1911 fue capturado un
indígena a las afueras de uno de los pueblos
californianos de la fiebre del oro. Aparentemente era el último de su tribu y se negó a revelar su nombre. El antropólogo Alfred
Kroeber se hizo cargo de aquel indio perdido y sólo con un gran esfuerzo pudo comunicarse con él. Lo llamó Ishi, que en la
lengua de su tribu, los Yahi, quería decir “hombre”. Siguiendo la moda de los
zoos humanos, Kroeber incorporó a Ishi al Museo de Antropología de San
Francisco como su principal atracción, aunque también existió una entrañable
amistad entre el antropólogo y el indio. Vamos a relatar aquí algunos pormenores de la asombrosa historia de
Ishi, el último nativo libre de California, y del exterminio de sus tribus originarias
a causa de la quimera del oro.
1. La fiebre del oro
En 1842 se descubrió oro
en las montañas al norte de Los Ángeles, entonces territorio de México y que, hasta 1834, había sido dominio
colonial español. Mediante una rentable operación diplomática, los Estados Unidos arrebataron al país vecino el territorio
de California en virtud del Tratado de Guadalupe, que puso fin a la guerra
entre ambas naciones. Pocos días antes de su
firma, se produjo el sensacional hallazgo de gran cantidad de oro mientras
construían un molino en Sacramento. La
noticia corrió como un reguero de pólvora y no tardaron en llegar cazafortunas a la
región, que desde
entonces pasó a llamarse la “Tierra Dorada”. Inicialmente los buscadores de oro,
todavía no muy numerosos, venían desde lugares cercanos. La verdadera avalancha
se produjo en 1849, lo que hizo que aquel aluvión de inmigrantes, venidos de
todas partes del mundo, fuesen conocidos como los “Forty-Niners”.Y también como los “Argonautas”, porque la mayoría llegó por barco.
La bahía de S.Francisco, repleta de barcos abandonados. Todos se quedaban a buscar oro |
Hacia 1855 el número de mineros
ya se elevaba a 300.000. San Francisco, una aldea con menos de 1.000 habitantes
en 1848, el pistoletazo de salida de la locura del oro, pasó a tener una
población de 25.000 en 1.850. En ese momento California había alcanzado tanto
peso político y económico que pudo convertirse en un estado independiente de la
Unión. Su lema es “Eureka”, en homenaje a los
buscadores de oro que permitieron un desarrollo de la región sin precedentes,
lo que tuvo su reflejo en la esplendorosa arquitectura de San Francisco. Aquel terreno árido e inculto se transformó en una nueva Tierra
de Promisión, el sueño de fabulosas
riquezas. En un solo día podían ganarse miles de dólares, aunque muy pocos de aquellos buscadores consiguieron hacer fortunas
estables.
2. La “Solución Final”en América
Pero el verdadero lado
oscuro de aquel típico sueño americano fue el exterminio casi total de las
poblaciones nativas, consideradas un estorbo en el camino hacia el preciado
metal. El gobierno de los Estados Unidos no reconocía a los indígenas ningún derecho a ocupar sus territorios ancestrales. Por
ello, autorizaba a cualquiera a reclamar las tierras siempre que fuesen
explotadas, un medio para incentivar su rápida ocupación por los blancos en la expansión del país hacia el oeste. Al principio, los
indios soportaron pacientemente la intrusión de los buscadores, que escarbaban sin cesar en las arenas de los ríos situados
en sus lugares tradicionales de caza y pesca.
El jefe Tenaya, de los Ah-wah-nee-chee,
pidió al famoso minero y explorador James Savage que los
dejaran en paz: “No queremos nada de los
hombres blancos. Nuestras mujeres son capaces de hacer nuestro trabajo. Iros,
dejadnos permanecer en las montañas donde nacimos, donde las cenizas de
nuestros padres han sido entregadas a los vientos”. Pero su vehemente ruego
no fue escuchado. Cuando los indios respondieron con la fuerza a los abusos que
los reducían al hambre y a la miseria, los
colonos utilizaron ese pretexto para
masacrarlos. Los periódicos incitaban a la furia
exterminadora, que caía sobre un suelo fértil, el racismo rampante de los nuevos pobladores
de California. En abril de 1849 un periódico de San Francisco se hizo eco de la opinión de los mineros de que, para
trabajar en las minas de manera segura, era absolutamente necesario acabar con
los salvajes, exigiendo que el gobierno sufragara los gastos necesarios para
ello. Cualquiera que hablase de firmar la paz con los pieles rojas debía ser
considerado un traidor.
A raíz de esa campaña
publicitaria, las ciudades ofrecieron dinero por cada cabeza o cabellera de indios
que cortasen. Además, los costes de esas expediciones eran reembolsados por los
estados o por el gobierno federal. Entre 1851 y 1852 el flamante estado de
California pagó dos millones de dólares para que los colonos limpiasen su territorio
de indios. Las recompensas comenzaron siendo altas, 5 dólares por cabeza allá por 1855. Pero
cuando la degollina alcanzó su paroxismo, el premio se redujo a 25 centavos. La
prepotencia de los mineros llegó hasta el
punto de elaborar un código de actuación, repartido a las tribus indias, en el que les advertían de la obligación de entregar a los autores de cualquier
crimen. Si no lo hacían en un tiempo razonable, la
respuesta sería la destrucción del poblado al que pertenecía el infractor y de todos sus habitantes y, caso
de no ser identificado, el poblado más cercano al
lugar de su comisión. Se calcula que, al
amparo de tan arbitraria norma, entre 1855 y 1863 fueron arrasados unos 150 asentamientos
indios.
Los buscadores de oro también trajeron consigo
enfermedades (cólera, malaria, viruela, tuberculosis, fiebres tifoideas…)
contra las que los nativos carecían de defensas, incrementando aún más la gran
mortalidad que sufrían por el hambre y la violencia.
Por si ello no fuera suficiente, la fiebre del oro acabó igualmente con el sistema de vida tradicional de los indígenas. Por un
lado, perdieron sus terrenos de caza y pesca. Los ríos sufrieron una tremenda contaminación a causa de productos químicos como el
mercurio, utilizados para extraer el oro. La corriente del río Sacramento tenía
en aquella época un sucio color amarillo que acabó con todos los salmones. Los nativos
fueron confinados en reservas, donde malvivían borrachos y atemorizados, no atreviéndose a cazar o pescar sin permiso de
los amos blancos. Cualquier intento de robar comida o ganado a sus opresores
era cruelmente castigado.
Por otra parte, los propios
nativos se incorporaron también a la frenética búsqueda del metal áureo. A comienzos de 1849 había 4.000
mineros trabajando en la región, de los
cuales la mitad eran indios, si bien desconocían el valor de cambio del polvo dorado. Los codiciosos negociantes los
estafaban descaradamente vendiéndoles bienes de consumo a cambio de su peso en
oro. Cuando los indios consiguieron enterarse de su verdadero valor, los
astutos vendedores inventaron nuevos procedimientos para seguir engañándolos.
A consecuencia de todos
esos cambios tan radicales, la población india de
California, cifrada entre 310.000 y 705.000 habitantes antes de la llegada de
los blancos, se redujo a 150.000 en 1845. Ya eran solo 31.000 en 1870, según el censo estatal y, en 1910, habían desaparecido prácticamente. Y aquí comienza la historia de Ishi y
Kroeber, pero antes de relatarla tenemos que retroceder unas décadas, hasta las espantosas matanzas de la década de 1860.
3. Los últimos Yahi
Ishi quizá nació en 1.860 o 1861. Cuando era muy
pequeño, en 1865, el poblado de su padre sufrió un ataque en el que fueron masacrados 40 indios, entre ellos su propio progenitor.
La madre se tiró al río llevando con ella al
niño y consiguieron escapar de aquel lugar de muerte flotando entre cadáveres. Los Yahi no conocían los caballos ni las armas. Les asustaba el “palo de fuego que explotaba
con voz de hierro y nube de humo”. Aterrorizados por aquellos demonios blancos,
de cuyos caballos colgaban cabezas y cabelleras, solo un pequeño grupo logró sobrevivir en una recóndita región, ocultos en los cañones de los
ríos Mile Creek y Deer Creek. Ese aislamiento y las duras condiciones
de supervivencia del lugar hicieron que, poco a poco, los últimos Yahi se fueran
muriendo, hasta que solo quedaron cuatro. En 1908 el lugar fue descubierto por
los técnicos de una empresa encargada de construir una
presa hidroeléctrica. Después encontraron a la
anciana madre de Ishi, y los blancos se llevaron como recuerdo etnológico algunas
de las pertenencias de aquel grupo prácticamente extinto. En 1911 el único miembro de la banda que quedaba con vida era
Ishi.
“Palpitante, hambriento y débil, fue a los pinos situados por encima de Tres Lomas donde hacía un poco más de fresco. Allí vivió como pudo, hasta que las lunas calientes decayeron.
Entonces atravesó el promontorio del Cañón de Banya,
tomando el viejo camino familiar, cañón abajo, de la
Cueva de los Antepasados, donde quemó tabaco y resina de pino, rezando mientras
el humo fragante llenaba la cueva.
Aquí no queda ninguna Presencia de Espíritus. Soy el último del
Pueblo; cuando yo haya desaparecido, será como si
nunca hubiéramos existido” (de Ishi.
El último de su tribu. T. Kroeber)
Desesperado y medio
muerto de hambre, huyó de aquel territorio inhóspito para
conseguir comida. Cuando se arriesgó a avanzar hacia el matadero a las afueras de Oroville,
lo atraparon los lugareños. El sheriff
lo encerró en una celda para protegerlo e
informó del hecho al Departamento de Asuntos Indios. Este organismo aceptó que
se hiciese cargo de él Alfred Kroeber, jefe del
Departamento de Antropología de la
Universidad de California en Berkeley, experto en las culturas nativas de la
región. Kroeber comisionó a su compañero, el también antropólogo Thomas T. Waterman, para traerlo
en tren hasta San Francisco. Apareció vestido con traje y sombrero… pero sin
zapatos. Tiempo después diría: “Ahora lo sé. No hay nada que esté mal en los pies de los saldu (rostros pálidos). Lo que
está mal es lo que vosotros llamáis zapatos. ¿Cómo sabes por dónde andas cuando tus pies no tocan la tierra?”
Ishi no llevaba el pelo largo
sino cortado, probablemente en señal de un duelo prolongado, pues sus parientes
hacía largo tiempo que habían muerto, dejándolo como único vestigio de su cultura ya fenecida. La prensa
se hizo eco de la aparición de aquel
salvaje, cuando todo el mundo creía que los
nativos originarios de California llevaban varias décadas extinguidos. Ahora aquel viejo guerrero solitario no representaba
ningún ningún peligro. Era
sólo una rareza digna de estudio. Su presencia
coincidió providencialmente con la
apertura del Museo de Antropología en San
Francisco, del que era director Kroeber.
4. Antropología de salvamento en el Museo
En aquellos tiempos, que
se han llamado la fase museística de la Antropología, se creía que la cultura
de los pueblos estaba impregnada en los objetos, de ahí el afán por recopilarlos y conservarlos
en los numerosos museos etnológicos que se fueron creando.
Aunque todos querían saber el nombre del indio, decirlo abiertamente era tabú para los Yahi, por
miedo a que los enemigos pudieran dañarlos con la magia, así que el guerrero se
negó a revelarlo. Kroeber lo llamó Ishi, “Hombre” en su lengua Yahi, y lo convirtió en la mayor atracción del Museo. El antropólogo explotó el deseo de rarezas y novedades del público: “En
Ishi estoy seguro que hemos encontrado
el más incivilizado e incontaminado hombre en el mundo”. Lo empleó como celador en el Museo, donde los
domingos por la tarde hacía exhibiciones
de talla de puntas de flecha, elaboración de raspadores, arpones, cestas y arcos…También
encendía fuego e imitaba los sonidos de los animales salvajes, sentado a la
puerta de una cabaña de ramas.
Los habitantes de la ciudad acudieron en masa a aquellas
sesiones dominicales, atraídos por los irresistibles
reclamos que lanzaba Kroeber en la prensa. En la edición de Los Angeles Times
de 10 de septiembre de 1911 invitaba al
público a contemplar a“el último hombre de América que
no conoce las Navidades”. La afluencia
durante los seis primeros meses de vida del Museo fue superior a 24.000
visitantes, todo un espaldarazo a la labor de difusión de Kroeber. Fernando Monge ha puesto de relieve cómo esta formula divulgativa
estaba relacionada con la moda de las exhibiciones etnológicas, que hicieron
furor en el último tercio del siglo XIX y el
primero del siglo pasado. En esas exposiciones etnológicas vivas se reforzaba la relación de desigualdad entre el colonizador y los
colonizados. Por su naturaleza ambivalente, en el caso de Ishi resulta difícil deslindar el espectáculo del estudio científico. Sin embargo, es cierto que Kroeber dio a Ishi
un trato muy humanitario. A pesar de que, como indio, legalmente carecía de ningún status ni
derecho, se responsabilizó de él, lo hizo su amigo y trabajó a su lado
intensamente en una frenética tarea de
salvamento etnográfico. De hecho, Ishi pudo reconocer
en el Museo algunas cestas que había confeccionado su prima, y el
descubrimiento de que las últimas posesiones de su pueblo estaban a salvo le
produjo una honda emoción.
“Dado que la universidad no espera que la casi prehistórica criatura sobreviva durante mucho tiempo en la civilización, el personal de la facultad ha realizado registros sonoros de su desconocido lenguaje. Si este hombre no hubiera sido capturado y su lenguaje no hubiera sido preservado por medio de grabaciones fonográficas, este lenguaje se habría extinguido con su muerte” (Los Angeles Times, en una noticia publicada poco después de la aparición de Ishi).
La voz de Ishi fue
grabada en incontables cilindros de cera, que registraron listas de palabras,
relatos y canciones cuyo significado, no obstante, se les escapaba. Por ello,
al poco de llegar Ishi a San Francisco, Kroeber
pidió ayuda a Edward Sapir, el
mayor experto en lenguas nativas y que, como él, había sido discípulo de Franz Boas. Pero entonces Sapir se
encontraba en Canadá, realizando trabajo de campo, y no pudo acudir.
5. Empezar una nueva vida en San Francisco
Ishi siempre sintió una viva curiosidad por la
animada vida de San Francisco. Tenía un don natural para comprender los fenómenos culturales que sucedían a su alrededor. Probablemente
ello fue resultado de su constante necesidad de adaptación a condiciones extremas de supervivencia.
Waterman decía de él que tenía una caballerosidad innata. Todo le sorprendía: los trenes, los tranvías, los coches, el Golden Gate… Lo que más le llamaba la atención eran las enormes
multitudes que poblaban la ciudad. No es extraño pues, antes de llegar a San
Francisco, nunca había visto juntas a más de 40 personas. Tan pequeño era el grupo de
indios que consiguió escapar del exterminio.
La prensa recogía alborozada las reacciones del “salvaje” a las maravillas tecnológicas del siglo XX. Kroeber lo llevo al teatro, donde disfrutó con la maravillosa voz de Caruso, y también con la bella Lily Lena, la estrella del music hall en el Orpheum Theater de San Francisco, al que Ishi calificó como “el paraiso de los blancos”.
Los periódicos, siempre dispuestos a explotar el tirón popular del mito de la bella y la bestia, no dudaron en publicar que Ishi estaba enamorado de la actriz. Y es que algo que preocupó muchísimo al público del momento era si Ishi tomaría una esposa blanca para continuar su estirpe. Hasta recibió algunas propuestas de matrimonio, acompañadas con fotos de las candidatas. Pero Ishi ya tenía entonces más de 50 años y no andaba bien de salud, por lo que el vínculo matrimonial no le debió de parecer una opción a considerar.
Lily Lena |
En definitiva, es fácil ver en la curiosa y amigable reacción del pueblo americano hacia Ishi el eco del mito del buen salvaje, que tan bien encarnó este indio digno y apacible. Durante los cinco años que vivió en contacto
con la civilización, nunca mostró el menor resentimiento contra los descendientes
de aquellos que habían destruido completamente a su
pueblo.
6. El retorno a lo salvaje
Al poco de llegar a San
Francisco, Ishi sufrió una bronconeumonía. Fue tratado por el doctor Saxton Pope, que se mostró muy interesado por las
habilidades al arco de Ishi. Entre ambos se estableció un fuerte lazo de
camaradería y salían a cazar juntos con frecuencia.
También tuvo una excelente relación personal con el antropólogo Waterman, en cuya
casa vivió en el verano de 1915, después de que el gobierno criticase a Kroeber por tener
a Ishi viviendo en el Museo. Kroeber le ofreció la
posibilidad de volver a su tierra, aunque él se negó ya que todos sus ancestros habían muerto. Dijo que en sus tierras no quedaba
ninguna “Presencia” y que deseaba acabar sus días en el Museo, entre sus objetos queridos. Ante la insistencia del antropólogo, Ishi
accedió a realizar una expedición al Valle del Deer Creek junto con Waterman y
Pope en 1914. Pero la salida fracasó porque Ishi descubrió que las provisiones para el viaje se habían guardado en el Museo, lugar de las cosas
muertas, por lo que para él estaban
contaminadas.
Subsanado el problema, por fin pudo partir la expedición, que se encargó de cartografiar el territorio y
de tomar muchas fotografías a Ishi haciendo
alarde de sus habilidades en su medio natural. Allí él era el
profesor y los científicos, sus alumnos. Disponía de
un apabullante número de nombres para todo tipo de plantas medicinales, rocas y
lugares. Al comienzo de la estancia, Ishi se mostró preocupado porque sentía que sus
ancestros lo llamaban. Una noche se perdió en el bosque pero después apareció más tranquilo,
diciendo que ya estaba seguro de que habían encontrado su camino hacia el otro mundo. “Ishi se irguió y cantó
las antiguas canciones rituales y recitó la Plegaria
del Final…Luego se sentaron en la orilla mientras Ishi encendía una pipa de tabaco sagrado y expulsaba el humo
al Mundo Celeste, al Mundo Subterráneo, y al
Norte y al Oeste y al Este y al Sur: en todas las direcciones de la Tierra. Ishi
dio al Majapa y a Maliwal tabaco en polvo para que lo echaran desde sus palmas
planas y abiertas mientras él recitaba la plegaria de la Purificación”. (Ishi. El último de su tribu. T.Kroeber)
Finalmente, tras una
impenetrable muralla de robles, encontraron el lugar escondido donde el grupo
de Ishi había sobrevivido en condiciones durísimas.
“Ishi hizo un dibujo en otro trozo de
papel amarillo, con las líneas de
los límites, semicírculos para las aldeas
y puntos en los senderos. El Majapa escribió los
nombres tal y como él los decía. Era un mapa-dibujo del Mundo de los Yahi. Cuando
estuvo acabado, Ishi preguntó: « ¿Podrías tú contar la historia de los Ancianos? ¿Podrías tú hacer un
libro?»
« Sí. Podría
comenzar por tu dibujo-mapa. Tendría las
palabras Yahi que tú me has
dicho y tantas palabras como tú quieras
decir.» Señaló la fila de cuadernos de apuntes de
su mesa. « Muchas lunas después de que
tú y yo hayamos viajado por el Sendero
de los Muertos, quienes vivan en mundos lejanos podrán leer y saber cómo
hablaba el Pueblo y quiénes eran
sus Dioses y sus Héroes, y
cuál era su Camino… si tú quieres.»
« Quiero. Aiku tsub. Yo hablaré la Lengua; tú escribirás mucho Yahi. Los Ancianos vivirán en el libro.» (De Ishi. El último de su tribu.
T.Kroeber)
7. Los últimos días
De vuelta a la civilización, por fin pudo ocuparse de él Edward Sapir, a quien Ishi relato la historia de
la Creación según su mitología. A pesar de su extraordinaria
capacidad para captar los distintos
matices de los sonidos, Sapir reconoció que aquel fue
el trabajo más difícil y cansado de toda su vida profesional. Pero, a pesar de su inmenso
valor, aquel trabajo quedó incompleto. El
esfuerzo lingüístico agotó sobre todo a Ishi,
que había sido diagnosticado de
tuberculosis avanzada en 1914. Dos años después lo ingresaron en el hospital universitario sin posibilidad de curación. Informaron del hecho a Kroeber, que entonces se
encontraba fuera de San Francisco. El antropólogo se apresuró a mandar una carta para impedir
los manejos científicos que sabía que tenía deparados Ishi sin su intervención. Prohibió que le practicasen autopsia bajo ninguna
circunstancia, pues había que
preservar el cuerpo para la ceremonia Yahi de liberación del espíritu. Según las instrucciones que Ishi había dado a Pope, para su viaje hacia el Oeste debían quemarlo y enterrarlo con su mejor arco, cinco de
sus mejores flechas, una caja llena de conchas, su pipa de piedra, un monedero
con tabaco, un cestito con harina de bellota suficiente para cinco días y sus recuerdos familiares. Kroeber también se negó a que guardaran
su esqueleto. En un arranque de sinceridad, Kroeber denunciaba en la carta que
los museos estaban llenos de esqueletos de nativos que nadie estudiaba y que, en
su opinión, las ciencias podían irse al
infierno (“go to hell”).
Lamentablemente,
Ishi falleció el 24 de marzo de 1916, antes
de que se recibiera la misiva. Le hicieron una máscara funeraria y, como
Kroeber se maliciaba, le practicaron la temida autopsia. Quemaron su cuerpo, a
excepción de cerebro, que se conservó en
formol en el museo y después fue enviado
al Smithsonian, y le dieron un a ceremonia de enterramiento cristiana. Sus
cenizas reposaron largos años en una pequeña urna negra en el cementerio local,
cuya lápida rezaba “Ishi, the Last Yana Indian 1916”.
Waterman quedo muy
afectado y con complejo de culpa, pues pensaba que le había matado el enorme esfuerzo de trabajar con Sapir.
También Kroeber se cuestionó su vida profesional y hasta
se sometió a psicoanálisis. Ya no escribió ninguna publicación más sobre Ishi, y es muy significativo que su segunda esposa, la antropóloga Theodora Kroeber, no comenzase a publicar las
diversas obras sobre Ishi que la hicieron famosa hasta 1961, un año después de la muerte de Kroeber.
Las pertenencias de Ishi están expuestas en el Museo de Antropología, actualmente en Berkeley, en una sala dedicada a
su memoria.
No podemos terminar este relato sin revelar
que, en los últimos años, se han producido algunas sorprendentes novedades
sobre el caso de Ishi. El arqueólogo Stevens Shackley
declaró que Ishi no pudo ser un individuo Yahi puro. Su conclusión se basa en el análisis de las puntas de flecha que
Ishi fabricó, que responden al modelo de los
Madiviva o de los Nomlaki, pueblos
vecinos y enemigos de los Yahi. De acuerdo con Sackley, Ishi quien aprendió a tallar las puntas con miembros de esas tribus, aunque hablara la lengua Yahi.
La matanza de sus congéneres seguramente hizo que los
escasos sobrevivientes tuvieran que buscar refugio con los de otros pueblos de
la región.
Tampoco fue Ishi el último Yahi, puesto que tiempo después de su muerte aparecieron otros Yahi, que se
habían mezclado con otras tribus.
En 2010 sus restos y
cenizas volvieron a sus territorios históricos. Fueron enterrados en plena naturaleza durante una ceremonia nativa privada.
Ishi supo ser un espíritu noble y fuerte, a caballo entre dos mundos y
así lo retrató en múltiples libros Theodora Kroeber. Sobre Alfred y Theodora Kroeber, y
su bibliografía sobre Ishi,
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y/o acta de nacimiento de algún hijo,
o bajo el esquema de Consultora Chi'x,
cumpliendo con los requisitos.
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en original (máximo 3 meses de antigüeda)
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ROBIN WILLIAMS Y SU LEGADO AL MUNDO . . .
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Biografía de Williams Robin
Nació en Chicago, en el estado de Illinois, como hijo (con otro dos hermanos) de un ejecutivo de la industria del automóvil. Creció en un ambiente económicamente holgado y no mostró en su infancia y primera adolescencia interés por la interpretación. Se concentró en cambio en sus estudios y en la práctica de deportes.Sus inicios
En 1967 la familia de Williams se trasladó a Marina County, en California. En el colegio en el que continuó sus estudios, se despertó su interés por el teatro. A raíz de ello abandonó los estudios de política, con la intención de iniciar una carrera de actor. La casualidad le llevó a ingresar en la prestigiosa academia de interpretación Juilliard School en Nueva York. Tres años después, Williams regresó a California y se instaló en San Francisco, buscando su oportunidad para actuar en comedias teatrales. En 1976 tuvo una prueba y fue contratado, lo que marcó el inicio de su carrera.Dos años después trabajó en Mork & Mindy, una serie de televisión en la que interpretaba a un extraterrestre, con el que obtuvo un éxito arrollador. La serie continuó durante años y Williams corría el riesgo de quedarse encasillado en el papel. Por ello la abandonó e hizo una primera película de cine, que pasó inadvertida. Su verdadero debut lo tuvo en Popeye, de Robert Altman, película que no consiguió el éxito esperado, pero que sí dio a conocer a Williams a las audiencias de cine. Su siguiente película fue The World According to Garp, de George Roy Hill, en la que interpretaba a un personaje difícil, agradable pero no cómico. Williams también superó esta prueba de forma brillante e incrementó su popularidad.
Carrera
Entre 1987 y 1991 Williams actuó entre otras en tres películas que le valieron una nominación al Óscar como mejor actor principal. La primera fue Good Morning, Vietnam, en la que interpretaba a un locutor de radio del ejército durante la guerra de Vietnam. La segunda nominación la ganó por Dead Poets Society, en la que su papel fue de profesor de literatura de un colegio, y la tercera por The Fisher King en la que interpreta a un vagabundo.Su talento para cambiar la voz e imitar acentos le permitió hacer papeles hilarantes, como en Mrs. Doubtfire. En la década del 90, Williams alternó papeles cómicos con interpretaciones dramáticas, realizando papeles de perfiles psicológicos muy complejos como es el caso del film Retratos de una obsesión, y se convirtió en uno de los grandes actores contemporáneos.
Desde el principio de su carrera, Williams luchó con gran esfuerzo para conservar su personalidad única como humorista y para convertirse al mismo tiempo en un excelente actor de carácter. Tenía claro que no debía perder sus cualidades propias, pero que necesitaba dominar la interpretación para ser alguien en el mundo del cine. Consiguió ciertamente realizar su objetivo. Considerado un actor de gran versatilidad tanto en comedia como en drama, gana finalmente el tardío reconocimiento de la Academia, que le otorga el Óscar por su actuación en Good Will Hunting, filmada en 1997.
En 1992 puso la voz en inglés para la película animada de Disney Aladdín, interpretando al genio de la lámpara, y en su tercera parte en 1996. Durante 1995 interpretó a Alan Parrish en la película de aventuras Jumanji, basada en un relato infantil de 32 páginas publicado por Chris Van Allsburg, junto con Bonnie Hunt y los entonces niños Kirsten Dunst y Bradley Pierce, recibiendo buenas críticas y éxitos en taquilla. En el mismo año, tiene un papel secundario en la película Nueve meses, interpretando al cómico y escandaloso Dr. Kosevich, quien recibe al hijo de Julianne Moore y Hugh Grant.
En 1996, uno de sus años de mayor éxito, actúa formidablemente en el drama cómico Jack, donde interpreta a un niño de diez años que tiene una enfermedad (similar a la progeria) que lo hace ver treinta años mayor; dirigida por Francis Ford Coppola, música de Michael Kamen y Bryan Adams, comparte protagonismo junto a Diane Lane, Brian Kerwin, Jennifer López y Bill Cosby. En el mismo año, interpreta a Armand Goldman, un homosexual dueño de un teatro-cabaret llamado The Birdcage, en la película de comedia que lleva el mismo nombre, compartiendo créditos junto con Nathan Lane y Gene Hackman.
En 1998 interpreta la vida del doctor Hunter "Patch" Adams en la película Patch Adams, dirigida por Tom Shadyac, en su lucha por obtener el título de médico con su terapia de la risa que tanto hizo entender a colegas médicos y público en general. Tuvo gran aceptación en el público, con gran éxito en taquilla, nominaciones al Óscar y Globo de Oro y ha sido una de las películas más recordadas de Williams. Comparte protagonismo junto con Monica Potter y Philip Seymour Hoffman. Tiempo después, es contratado para actuar junto con Cuba Gooding Jr. y Annabella Sciorra en el drama Más allá de los sueños, obteniendo grandes críticas por sus actuaciones como por su dirección fotográfica, ganadora de un Óscar de la Academia.
Ya en 1999 actúa en el drama cómico El hombre bicentenario, interpretando al robot humanoide inteligente Andrew, que con el pasar del tiempo va adquiriendo sabiduría y sentimientos, pidiendo a sus dueños la libertad tan anhelada por la humanidad; al ser libre construye su propia casa empezando una nueva vida, luego irá en busca de robots similares como él y, al final de su búsqueda y llegando al lugar de origen de su partida, encuentra a un científico, hijo del creador de la serie de robots como Andrew, quien estaba creando fórmulas para hacer aparentar a los robots como seres humanos, empezando una nueva aventura para Andrew: ser el ser humano más viejo de la historia. Williams comparte protagonismo junto con Sam Neill, Embeth Davidtz y Oliver Platt.
En 2002 protagoniza su película de acción Insomnia junto con Al Pacino y Hilary Swank, película rodada en el estado de Alaska.
2006 es el año donde actúa en un sinnúmero de films: El hombre del año, como un entusiasta conductor de televisión que se postula a la presidencia de Estados Unidos; Night at the Museum, como la estatua de Theodore Roosevelt en el museo de Nueva York junto con Ben Stiller, repitiendo su papel en la secuela de 2009; en la animada Happy Feet, hace la voz de dos personajes y comparte créditos con Elijah Wood, Britanny Murphy, Hugo Weaving, Nicole Kidman y Hugh Jackman, así como también en su segunda parte de 2011; en la comedia RV protagoniza a un ejecutivo que es obligado a suspender sus vacaciones a escondidas de su familia para conseguir un ascenso en su trabajo.
En 2007, actúa como el molesto reverendo Frank en la comedia License to Wed, junto con Mandy Moore y John Krasinski.
En 2009, trabaja junto con John Travolta y Kelly Preston en la comedia de Disney, Old Dogs.
Vida personal
El primer matrimonio de Robin Williams fue con Valerie Velardi el 4 de junio de 1978, con quien tiene un hijo, Zachary Pym (Zak) (nacido el 11 de abril de 1983). Durante el primer matrimonio de Williams, él estuvo involucrado en una relación extramarital con Michelle Tish Carter, una camarera a quien conoció en 1984. Ella lo demandó en 1986, afirmando que él no le había dicho que estaba infectado con herpes simple antes de embarcarse a una relación sexual con ella a mitad de la década de 1980, durante la cual, dijo, que él le transmitió el virus a ella. El caso se resolvió fuera de los tribunales. Williams y Velardi se divorciaron en 1988.El 30 de abril de 1989, se casó con Marsha Garces, quien era niñera de su hijo, ya estando esta embarazada; tienen dos hijos, Zelda Rae (nacida el 31 de julio de 1989) y Cody Alan (nacido el 25 de noviembre de 1991). En marzo de 2008, Garces solicitó el divorcio de Williams, citando diferencias irreconciliables.
El 20 de agosto de 2007, el hermano mayor de Williams, Robert Todd Williams, murió de complicaciones de una cirugía de corazón realizada un mes antes.
Williams fue miembro de la Iglesia Episcopal. Describió su afiliación religiosa en una rutina de comedia diciendo:
"tengo la idea de un chicagüense protestante, episcopaliano-católico light: mismos rituales, mitad de culpa.Mientras estudiaba en Juilliard, Williams se hizo amigo de Christopher Reeve. Tuvieron varias clases juntos en las que eran los únicos estudiantes, y siguieron siendo amigos por el resto de la vida de Reeve. Williams visitó a Reeve después del accidente de caballo que lo llevó a estar tetrapléjico, y lo animó fingiendo ser un excéntrico doctor de Rusia (similar a su papel en Nine Months). Williams afirmaba que estaba allí para practicarle una colonoscopía. Reeve dijo que ésa fue la primera vez que rió desde el accidente y supo que la vida iba a continuar bien.
Otros intereses
Se sabe que Robin era un fanático de la saga The Legend of Zelda. De igual manera, confesó que decidió llamar a su hija Zelda Rae debido a que le agradaba jugar los juegos de Zelda.Problemas de drogas y alcohol
Durante la década de 1970 y 1980, Williams tuvo una adicción a la cocaína; ha dicho que desde entonces lo ha dejado. Williams era un amigo cercano de John Belushi. Él dijo que la muerte de su amigo y el nacimiento de su hijo lo llevó a dejar las drogas: "¿Fue una llamada de atención? Oh sí, en un gran nivel. El gran jurado también ayudó".El 9 de agosto de 2006, Williams se internó en un centro de rehabilitación (ubicado en Newberg, Oregón), luego admitió que era un alcohólico. Su publicista dio el anuncio:
- "Después de 20 años de sobriedad, Robin Williams se ha encontrado bebiendo nuevamente y ha decidido tomar medidas proactivas para lidiar con esto por su propio bien y el de su familia. Él pide que respeten su privacidad y la de su familia durante este tiempo. Espera volver a trabajar este otoño para apoyar sus próximos lanzamientos de películas".14
Problemas de salud
Williams fue hospitalizado en marzo de 2009 debido a problemas cardíacos. Pospuso su gira en solitario para someterse a una cirugía para reemplazar su válvula aórtica. La cirugía se completó con éxito el 13 de marzo de 2009, en la Clínica Cleveland.Fallecimiento
El 11 de agosto de 2014, Williams fue encontrado muerto en su domicilio de Cayo Paraíso cerca de Tiburón, California, en lo que aparentemente podría haber sido un suicidio por asfixia, según el informe inicial del Departamento del Sheriff del Condado de Marin.El 12 de agosto fue confirmado que el actor fue encontrado ligeramente suspendido en el aire con un cinturón atado a su cuello por un extremo y el otro enganchado a la parte superior de un armario en su dormitorio.
El 14 de agosto de 2014, su esposa Susan Schneider dio a conocer que el actor padecía la enfermedad de Parkinson, sobre la cual aún no se encontraba preparado para hablar de ello públicamente.
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